Intervención escrita para la presentación de la ASEC/ASIC: “Razones que justifican su nacimiento”

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Uno de los ponentes previstos para el acto de presentación de la ASEC/ASIC, el día 12 de mayo de 2016, era el profesor de Historia Contemporánea de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), Francisco Morente. Imprevistos de última hora, hicieron que no pudiese asistir a la cita de Santa Coloma de Gramenet. Sin embargo, a través de Miguel Candel, nos hizo llegar la intervención que tenía preparada para ese día y que el anterior leyó en el acto:

“Queridos amigos y amigas:

Circunstancias personales sobrevenidas me impiden estar hoy con vosotros atendiendo la amable invitación que me hicieron en su día buenos amigos que forman parte de la gente que ha impulsado la creación de la Asamblea Social de la Izquierda de Cataluña. Pido disculpas por el incumplimiento del compromiso que había adquirido con ellos.

Cuando uno se plantea la firma de un manifiesto, casi siempre se encuentra en él con cosas que le gustan más o menos, que uno habría formulado de otra manera, cosas que no están y quizás deberían figurar… Pero al final, la decisión de firmarlo o no se toma por acuerdo general con lo que allí está escrito (si no hay, claro está, algo del todo inasumible) Ese es mi caso. Creo que existen muchas razones para impulsar una iniciativa como la de la ASEC/ASIC. Como esta intervención no puede alargarse mucho en el tiempo, voy a exponer muy sintéticamente algunas de las que para mí resultan fundamentales.

Antes de entrar en ello, dejadme deciros que para mí la opción independentista es perfectamente legítima y defendible por vías democráticas, faltaría más. Otra cosa es que esa opción me parezca coherente con una posición de izquierdas. De hecho, creo, eso es en buena medida lo que ha impulsado el nacimiento de la ASEC/ASIC. Pero vayamos a las razones que en mi opinión justifican el nacimiento de esta Asamblea.

La primera de ellas es la necesidad ineludible de dar la batalla ideológico-cultural al independentismo. La izquierda no independentista (tanto en Cataluña como en el resto de España) ha claudicado (antes incluso de presentar cualquier resistencia) ante la imposición en el debate público del léxico que ha generado el independentismo, empezando por el manido “derecho a decidir”. Lo he escrito en otros lugares y no me extenderé: un derecho inexistente en cualquier ordenamiento legal y en cualquier inventario de reivindicaciones del movimiento emancipatorio. Un sucedáneo, en realidad, del “derecho de autodeterminación”, más propio de nuestra tradición, pero que el nuevo independentismo no utiliza porque sabe que, en su interpretación actual en el derecho internacional, no sería de aplicación a Cataluña. Pero también porque el derecho de autodeterminación es un concepto “fuerte”, muy vinculado precisamente a la izquierda, y que podría asustar a esas masas interclasistas, en gran medida ancladas en los ámbitos ideológicos de la derecha (es decir, convergentes) que nutren las grandes manifestaciones de los últimos 11 de septiembre.

La izquierda, la mayor parte de la izquierda, ha acabado asumiendo un término que es fundamentalmente un invento de laboratorio y que es tan vaporoso que puede significar cualquier cosa. Eso es lo que permite que en las encuestas de opinión aparezca que “el 80% de los catalanes” está por el derecho a decidir. Y es que, claro, si a uno le preguntan si está por decidir cosa en su vida, lo extraño es que haya un 20% de encuestados que diga que no. Es revelador que en las encuestas nunca se pregunte directamente por si se está o no de acuerdo con la celebración de un referéndum sobre la independencia de Cataluña. Vistos los resultados electorales recientes, no hay que ser un lince para concluir que el sí no llegaría a ese mítico 80%. La izquierda lo sabe. Pero lo oculta y, lo que es peor, incorpora el concepto a su mensaje.

Cosas parecidas podrían decirse sobre fórmulas de innegable éxito como “consulta”, “volem votar”, “procés” y un largo etcétera. Mención aparte merece que haya sectores de la izquierda que acepten sin protestar el término de “unionista” para designar a cualquiera que no sea independentista, al margen de cuál sea su posición sobre cómo se debería articular territorialmente el Estado español (y utilizo aquí la palabra Estado de forma intencionada). Como en el mundo existe una especie de justicia poética, algunos de quienes no solo aceptaron la generalización del término, sino que incluso lo utilizaron, han acabado siendo tildados de lo mismo en cuanto su actuación en el marco del susodicho proceso ha dejado de ser útil al independentismo.

Hay muchos más ejemplos: así, la presentación de Cataluña y España como dos entidades no solo completamente diferentes y separadas, sino completamente confrontadas. O la aceptación acrítica (hablo de la izquierda) de las fantasiosas cifras de las innegablemente enormes manifestaciones del 11S. Y es que no es los mismo un millón de personas que dos. Cuando la Assemblea Nacional Catalana decía, por ejemplo, que en la Meridiana se habían concentrado entre un millón y medio y dos millones de personas, cuando era evidente (por la longitud y anchura de la concentración) que difícilmente podía haber allí más de 600.000 personas –como estudios independientes han fijado posteriormente- nadie en la izquierda salió para atreverse a decir que aquello era mentira, que el Emperador iba desnudo. Miedo a ser tachado de botifler.

Hay que dar, por tanto, la batalla de las palabras y de la interpretación de la realidad. No digo nada que no sepáis: quien marca el contenido del debate tiene mucho ganado; si además impone su léxico, la derrota del contrario es casi segura. Por ahí vamos.

La creación de la ASEC/ASIC es necesaria por otra razón de mucho peso; en realidad, de mucho más peso que la anterior. Como ha demostrado el reciente ciclo electoral (que, de hecho, aún no ha acabado) la cuestión independentista ha dividido a las clases populares catalanas y ha permitido algo prácticamente inaudito en Europa. En el marco de unas políticas profundamente antisociales, el gobierno catalán es el único que no ha sido relevado en las urnas entre los países donde el desastre económico y social ha alcanzado proporciones bíblicas.

Y eso ha sido así porque la conversión de Convergència al independentismo se produce no como quiere la historia oficial como consecuencia de la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut (por otro lado, en mi opinión, francamente lamentable en todo lo que la acompañó en los años precedentes en cuanto a intento de manipulación del TC por parte del Partido Popular), no como consecuencia de la sentencia, decía, sino como estrategia para enfrentar la creciente oleada de contestación social que estaban provocando las políticas del gobierno bussines friendly de Artur Mas. Es muy curioso que nadie recuerde que la sentencia del TC es de junio de 2010, y que entre noviembre de ese año y hasta bien entrado 2012, el socio de CiU en el Parlament fue el Partido Popular. La memoria popular es muy frágil, sobre todo cuando la propaganda de los medios públicos de la Generalitat funciona a todo trapo para borrarla.

El cerco al Parlament en el verano de 2011 fue la auténtica clave del giro independentista de Convergència y, con él, de la entrada del soberanismo (luego directamente independentismo) en su fase de masas, con todo el apoyo institucional y mediático de la Generalitat detrás.

Pero ese giro precisamente afectó a la movilización social. Aún hubo algún coletazo posterior, pero ya no se alcanzarían las cotas del período precedente, y la bandera permitió a Mas mantenerse en el poder en noviembre de 2012 (pese al batacazo electoral) y luego articular un artefacto como Junts pel Sí para garantizar que el poder político seguía en manos de la derecha catalanista, por más que ahora tuviera que compartirlo con ERC, que se cobraba los réditos de dos años de apoyo a los recortes sociales de Artur Mas.

Solo cuando la cuestión nacional no ha estado en el centro del debate electoral, la izquierda ha conseguido imponerse, al menos en la Cataluña urbana. Lo hizo en las últimas municipales y en las generales de 2015. Y si se observa cómo evolucionó el voto entre las municipales y las generales en los barrios populares de Barcelona y su área metropolitana, habrá poca duda de que En Comú Podem ganó en diciembre no porque llevase la propuesta de referéndum en su programa, sino pese a llevarlo. Cualquiera que estuviese en alguno de los grandes mítines de la campaña (yo asistí al de Llefià) pudo ver lo que le importaba a los asistentes esa cuestión, a la que los oradores, por otra parte, le dedicaban unos pocos minutos, que no eran precisamente los que mayor entusiasmo provocaban.

No digo con esto que la izquierda no pueda o deba plantearse la cuestión del referéndum. No tengo tiempo de alargarme en eso, pero sí puedo decir que, no por respeto al infumable “derecho a decidir”, sino por respeto al principio democrático, dadas unas determinadas circunstancias, la izquierda podría asumir perfectamente los principios de la ley de claridad canadiense. Pero atención: todos y cada uno de ellos, empezando por el principio de que si Canadá es divisible, el Quebec también los es, y siguiendo por la exigencia de una pregunta clara e inequívoca y de un resultado claro y con mayorías reforzadas.

Acabo puesto que me estoy alargando demasiado. Una tercera razón para la creación de la ASEC/ASIC (y ya he dicho que hay muchas más) es la evidencia, al menos para mí, de que el independentismo introduce una cuña entre las clases populares del conjunto de España, lo que solo puede traducirse en beneficios para la derecha (catalana y española) El independentismo necesita la confrontación y la delimitación de campos nítidamente diferentes y enfrentados. Eso tiene poco que ver con la realidad existente, sea política, sea cultural. Lamentablemente, también en este punto sus avances han sido considerables.

Nada está decidido y todo puede cambiar aún. Pero hay que poner los medios y los instrumentos para que ese cambio sea posible.

Un abrazo fraternal

Paco Morente”

ASEC/ASIC (12.05.2016)