Cataluña después de la sentencia
En cualquier caso, resulta improbable que el movimiento independentista pueda mantener una movilización permanente sin una solvente estrategia para alcanzar sus objetivos. Las repetidas elecciones generales servirán para tomar el pulso de la correlación de fuerzas en su interior y si, como ocurrió en los pasados comicios se consolida la hegemonía de ERC, sería inevitable la disolución del Parlament, a pesar de las resistencias de Quim Torra, y muy probablemente ERC alcanzaría la presidencia de la Generalitat, el último obstáculo para aposentar su hegemonía. Ello constituiría un indicio del cambio de ciclo en el independentismo catalán.
Tras dos años de tensa espera y en plena precampaña electoral se ha emitido la sentencia del procés. La resolución judicial cierra una larga etapa del movimiento independentista iniciada en la Diada de 2012 y que culminó con la aplicación del 155. El fracaso de la vía unilateral provocó un vacío estratégico y desde entonces el independentismo carece de una hoja de ruta adecuada para alcanzar sus objetivos; tampoco ha realizado un balance autocrítico de los errores cometidos. Al perder la iniciativa política se ha refugiado en una táctica defensiva y resistencialista de denuncia de la supuesta represión del Estado y ha cifrado todas sus esperanzas en que la sentencia sirva para relanzarlo.
En este crispado compás de espera han aflorado las divergencias entre los dos sectores que se disputan la hegemonía del movimiento secesionista. Por un lado, el fundamentalista, encarnado por Carles Puigdemont y el presidente vicario de la Generalitat Quim Torra, apoyado por CUP y ANC. Por otro, el representado por ERC y Ómnium Cultural. Mientras el primero se ha encastillado en la absurda consigna de «Ho tornarem a fer», el segundo, sin haber acometido explícitamente la necesaria autocrítica, propugna aparcar la reivindicación de la independencia inmediata hasta conseguir una mayoría social suficiente. Ambas tendencias comparten precariamente un gobierno de coalición cuya única argamasa es la respuesta a la sentencia. El tímido desmarque de ERC se enfrenta al escollo de los guardianes de la ortodoxia secesionista que no ahorran los descalificativos de traidor a quienes se desvíen lo más mínimo del programa máximo independentista que ahora se reforzará con la sentencia y la campaña electoral. Ahora, como reacción a dicha sentencia ambas corrientes exhibirán una imagen de unidad, pero que será pasajera dadas las discrepancias de fondo sobre el futuro del movimiento.
El independentismo opera mediante tres patas: el gobierno de la Generalitat y los partidos que lo apoyan y diseñan la estrategia; los medios de comunicación que lo difunden; y las asociaciones independentistas que lo trasladan a la base social. Sin embargo, la frustración generada por el fracaso de la vía unilateral y el encarcelamiento de sus líderes provocó la eclosión de grupos como los CDR y Tsunami Democrático. Estos colectivos escapan al control de las asociaciones independentistas –que protestan de modo cívico y pacífico– y realizan acciones violentas como ha podido apreciarse en los disturbios en el aeropuerto del Prat. Ello ha provocado una palmaria contradicción: el mismo ejecutivo autónomo que pide a la ciudadanía manifestarse para protestar contra la sentencia, envía a los Mossos d’Esquadra a reprimirla. Como en los cuentos de las Mil y una noches, una vez sacado el genio de la botella resulta muy difícil que éste vuelva a su reclusión.
Durante estos días asistiremos a jornadas convulsas donde se correrá el riesgo que alguna acción de los CDR o de Tsunami Democrático degenere en disturbios violentos que obliguen, como ha advertido Pedro Sánchez, a tomar medidas excepcionales, atenazado por la presión de la derecha española, sabedor que si no mantiene una línea de firmeza podría costarle la presidencia de gobierno. Ello conduciría a una espiral de imprevisibles consecuencias y a imposibilitar una solución política al conflicto. Desde el gobierno español como desde los sectores moderados del independentismo, se espera que estos días sirvan para evacuar las enormes tensiones acumuladas en estos dos años. No resulta fácil realizar previsiones mínimamente fiables al respecto, dada la enorme frustración que ha generado el fracaso de la vía unilateral y la radicalización de sectores del movimiento secesionista como dejó entrever la reciente detención y encarcelamiento de miembros del CDR que presuntamente preparaban acciones con explosivos.
Las relativamente duras condenas, que podrían verse atemperadas por las medidas de régimen penitenciario competencia de la Generalitat, y la dureza de la campaña electoral del 10 noviembre no favorecen a los sectores posibilistas del movimiento independentista y refuerzan a los fundamentalistas partidarios de profundizar en la confrontación.
En la hipótesis optimista que en estas jornadas no se produzca un desbordamiento violento y al albur que tras los comicios Pedro Sánchez pueda formar gobierno, podrían darse las condiciones para iniciar un diálogo político para reconducir el conflicto catalán. Unas expectativas realmente muy tenues dados los múltiples factores que juegan en contra, en particular la radicalización de la derecha y el fundamentalismo de amplios sectores del independentismo que ahora controlan piezas claves como la presidencia y los medios de comunicación de la Generalitat.
En cualquier caso, resulta improbable que el movimiento independentista pueda mantener una movilización permanente sin una solvente estrategia para alcanzar sus objetivos. Las repetidas elecciones generales servirán para tomar el pulso de la correlación de fuerzas en su interior y si, como ocurrió en los pasados comicios se consolida la hegemonía de ERC, sería inevitable la disolución del Parlament, a pesar de las resistencias de Quim Torra, y muy probablemente ERC alcanzaría la presidencia de la Generalitat, el último obstáculo para aposentar su hegemonía. Ello constituiría un indicio del cambio de ciclo en el independentismo catalán.
El diario vasco (17.10.2019)