Buena gente que camina

Buena gente que camina

Hoy Madrid está un poco más huérfano, como huérfanos estamos todos sus amigos, todos los que la queremos y la admiramos

Yo no había cumplido treinta años cuando conocí a Almudena Grandes. Rompió uno de esos famosos encierros suyos que hacía cada vez que quería concentrarse y escribir una de sus estupendas novelas, porque quiso presentar el que fue mi primer ensayo. Fue en Rivas-Vaciamadrid, era invierno y hacía mucho frío. Almudena llegó, no lo olvidaré jamás, con esa melena suya negra al viento y un abrigo de piel rojo y su presencia llenó la librería Muga. No nos conocíamos hasta ese momento y nos hicimos amigas ese mismo día. Fue fácil. Tras la presentación unos vinos, unas tapas y literatura, política, feminismo, más política… Y a partir de entonces Madrid no era Madrid si no pasaba por su casa, y así para mí Madrid acabó siendo Almudena, en realidad para mí Madrid siempre será Almudena.

Y de ella y junto a ella recordaré en el sofá de su comedor esas tardes hablando de libros, esos días discutiendo de política, de chismes y chascarrillos, esas presentaciones… pero para mí Almudena también es unas tortillas y unas croquetas caseras inolvidables, unos huevos rotos (esos los hacía Luis), su gato Negrín correteando por la casa, su alegría por su cocina remodelada en la que colgó el primer calendario que hice de mi hijo. Almudena, su casa, era también esas cenas donde iban sumándose amigos una tarde cualquiera tras la Feria del Libro de Madrid, y era un pesebre con unas figuritas enormes que llenaban una de sus habitaciones cada Navidad, sí, con caganer incluido, pero también era republicana, de izquierdas -roja, le gustaba llamarse a sí misma- y del Atlétic, pero, sobre todo, sobre todo, si algo era Almudena Grandes era amiga de sus amigos.

Y quizás porque a Almudena le gustaba vivir otras vidas y sufrir otras penas, pero a través de las novelas -de las suyas y de las de otros, porque era una lectora apasionada-, y porque disfrutaba retratando la fuerza y la honestidad de los derrotados republicanos, aquellos hombres y mujeres que pelearon manteniendo su compromiso ideológico con la izquierda hasta el último momento, aquellos que soñaron que lo mejor estaba por venir, aunque sabían que la guerra estaba perdida, quizás por eso, porque los sueños deberían tener un final feliz, nunca imaginé que lo peor estaba por venir.

Y hoy Madrid está un poco más huérfano, como huérfanos estamos todos sus amigos, todos los que la queremos y la admiramos, porque Almudena tiene mucho, todo, de esa honestidad, de esa sencillez, de esa implicación ideológica de los intelectuales de izquierda de esa Segunda República. Por eso nadie mejor que Antonio Machado para ayudarme en su despedida, porque ella, como el maestro, era, son, de “esas buenas gentes que viven / laboran, pasan y sueñan, / y un día como tantos, /descansan bajo la tierra.” DeP

El Periódico (27.11.2021)