La historia, al dictado

La historia, al dictado

Se han consolidado diversas mitologías, todas elaboradas con mimbres falsos, y muy especialmente entre los nacionalistas

Se ha repetido hasta la fatiga: no hay historia oficial. Porque no hay verdades oficiales. Y la historia, si se quiere conocimiento, va de la verdad, de la aspiración a la verdad. Un proceso en continua revisión, nuevas informaciones corrigen y matizan los conocimientos anteriores. Lo propio de la ciencia. Así ha sucedido también con nuestra historia, objeto de reconsideraciones sin tregua. Es sencillamente falso que hayamos ignorado nuestra historia.

En su día Juan Pablo Fusi se entretuvo en inventariar el activo: unos 16.000 títulos sobre la guerra civil hasta 1985; 1.800 libros entre 1975 y 1995; 1.700 números monográficos de revistas (Abc, 08/12/2002). Y de eso hace veinte años. Servidor recuerda coleccionables en los periódicos, listados de fusilamientos y ejecuciones en cada provincia, películas y novelería, etc. Azaña ha merecido el reconocimiento de todos, a pesar de que a algunos parecía molestarles que “los otros” también lo valoraran. Recuerden cómo se disgustaban cuando Aznar lo reivindicó. No podía ser que apreciara a Azaña o a Cernuda. La reconciliación nacional, el invento del PCE en 1956, no cabía en el guion de la historia oficial. No podía ser que todos asumieran una sensibilidad democrática al valorar nuestro pasado. Pero así fue. La democracia ganó, también al entender nuestra Transición. Había un consenso compartido acerca de lo que estaba bien y lo que no. Por eso franquista funciona como un insulto. Si hasta sucede con españolista. Cosa que, por cierto, no sucede con abertzale o catalanista. Esa es nuestra historia decantada, correcta en lo esencial. Y que no ha sido necesario convertir en “historia oficial”.

Historias oficiales, siempre decoradas como “memorias democráticas”, no han faltado. Se han consolidado diversas mitologías, todas elaboradas con mimbres falsos. Especialmente, entre los nacionalistas, siempre necesitados de fabulaciones de origen. Fabulaciones enconadas: siempre contra alguien. Sin ir más lejos, la tesis de nuestra guerra civil como un eslabón más de la eterna agresión de España a Cataluña. Una tesis que ha servido para equiparar España con franquismo y, de paso, presentar como demócratas a los nacionalismos. Un cuento falso en cada uno de sus detalles. Sin ir más lejos, en Cataluña, y en el País Vasco, la represión franquista, en muertos contantes, fue menor que en el resto de España, muy alejada de la que hubo en Extremadura o Andalucía, lugares donde se facturaron -según el relato nacionalista- las tropas de las fuerzas de ocupación lingüística. Cuestión de aldabas, las que proporciona el dinero. Lo han documentado historiadores de oficio, como Javier Gómez y Erik Zubiaga. Incluso la represión cultural hay que ponderarla. Existió, claro, la propia de un régimen nacional católico en su arranque y, más tarde, tecnodictatorial. No se podía editar a Marx en catalán. Tampoco en español. Y a partir de mediados de los 50 hay producción literaria publicada en catalán o en vasco, incluso premios institucionales. A mediados de los 60 en Primaria hay más catalán que ahora español. La Vanguardia recogía la información un 12 de septiembre de 1967. Por lo demás, pues lo propio de Estados con lengua oficial. Tampoco en Francia, Italia o Alemania, con más lenguas que nosotros, la pluralidad lingüística asomaba en la educación. O no más que aquí.

Esas cosas las hemos sabido por los historiadores. Sería bueno que todos las conocieran, aunque solo fuera para desactivar las memorias oficiales establecidas en nuestras “comunidades históricas” con el único objetivo de alentar nuestras tensiones civiles. Pero, en todo caso, tampoco estas otras historias, verdaderas y documentadas, deben formar parte de ninguna historia oficial. La historia democrática es como la equitación protestante, por acordarnos de Borges.

Nuestra democracia no necesita historia oficial, pero si hay que escribirla, mejor será dedicar algún capítulo a quienes han intentado acabar con ella. Sé que es mucho pedir. Me contentaría con que no la redacten.

El Mundo (20.07.2022)