Me rindo

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Los simples no dan tregua. Hemos perdido. El mundo es de los ‘unga, unga’.

Me rindo

Mucho se ha escrito sobre el populismo. Pocas veces un concepto nacido en los poco frecuentados territorios de la ciencia política se ha difundido con tanta rapidez. Y con la popularidad ha llegado la imprecisión: cada uno lo usa como quiere y, sobre todo, contra quien quiere. Con todo, aunque a estas alturas no hay mucho acuerdo acerca de qué sea eso del populismo, sí hay cierto consenso acerca de su rasgo fundamental: un diagnóstico simple de problemas complicados.

Si nos atenemos a esa caracterización, creo que toca reconocer una nueva variante del populismo: explicarlo todo apelando al populismo. El metapopulismo. Y es que hoy la palabra populismo ha pasado a formar parte de ese selecto grupo de la chatarra léxica de la cual forman parte clásicos como facha, progre, españolista, heteropatriarcal o socialcomunista. Aunque en los últimos tiempos han aparecido algunos competidores (quintacolumnista, negacionista, son valores en alza), no creo que ninguno de ellos alcance la cotización de populista.

Si reparan, en todos esos casos, las palabras, polivalentes, sirven para evitar sutilezas. Incluso para aquellos que, sin manifestar un punto de vista, recuerdan que el matiz es inseparable de la tarea intelectual, del oficio de pensar, hay un arsenal disponible de quincalla palabrera: equidistante, tibio, apaciguador. Poco importa que alguien recuerde que lo que vale unas veces no vale en otras, que hay situaciones objetivamente poco claras, que no siempre las cosas son blancas o negras como en estar embarazada o tener la nacionalidad española y que hay propiedades discontinuas, que admiten grados, como ser guapo o estar cansado. Ni siquiera vale acudir a la recomendación de Einstein según la cual «debemos formular nuestras teorías de manera tan simple como sea posible, pero ¡no más!», que, dicho sea de paso, no difería mucho de la de su gran rival científico-filosófico, Niels Bohr para quien «no debemos escribir con más claridad que aquella con la que pensamos».

Porque lo peor es que, quien piensa, duda. No se trata de una trivialidad campanuda. Tiene un nombre, largo: «la maldición del conocimiento experto en la identificación de avances». Describe los problemas de las ideas nuevas cuando son examinadas al detalle: el experto ve más formas en las que la idea puede fallar. Y se expresa con cautela.

Los simples no dan tregua. Hemos perdido. El mundo es de los unga, unga.

El Mundo (15.08.2022)