La izquierda no puede estar a favor de la “singularidad”

La izquierda no puede estar a favor de la “singularidad”

En España, el acento progresista sigue puesto en la singularidad de la desigualdad para que todos seamos cada vez más singulares. Es decir, más desiguales.

La resaca electoral exige algunas constataciones obvias. Empezando por casa, Izquierda Española ha obtenido unos resultados malos, muy lejos de lo que esperábamos y deseábamos. Ahora más que nunca, nos corresponde analizar lo ocurrido, con prudencia y humildad, y trabajar para revertir la situación.

Más allá de los medios precarios y el escaso recorrido del partido, más allá de la responsabilidad que en primera persona asume quien escribe, hay algunas otras variables a tener en cuenta.

Parece inevitable resolver una pregunta lógica que algunos se formulan: ¿acaso sólo hay 33.000 españoles de izquierdas que crean en los derechos sociales, en el trabajo digno y en el principio de solidaridad, al mismo tiempo que defienden un Estado fuerte que garantice la igualdad de todos los ciudadanos, sin asimetrías ni privilegios de ningún tipo?

¿Pudiera ocurrir que la mayoría de personas que creen en una nación común unida, sin embargo, han aceptado tesis sociales y económicas alejadas de la redistribución y el Estado social, esto es, han dejado de ser de izquierdas?

¿Las urnas nos están diciendo que aquellos ciudadanos que consideran que el Estado Social debe ser garantizado no creen al mismo tiempo en una organización territorial unitaria y, en todo caso, prefieren asumir una connivencia inevitable con nacionalistas y secesionistas, como hace el gobierno? ¿No serán las izquierdas y España, como profecía autocumplida, irreconciliables?

No lo creo, sinceramente. Para empezar, en momentos como este, conviene escapar de conclusiones categóricas para no equivocarse. Si la Historia nos enseña algo es que causas justas han sido crónicamente minoritarias durante largos períodos —la lucha del feminismo por la igualdad o las de los movimientos por los derechos civiles— y no por ello nadie aceptaría ahora que se hubiera desistido de las mismas.

Se puede ver de otra manera, con conclusiones similares: ¿no fueron mayoritariamente refrendadas en las urnas en demasiadas ocasiones posiciones éticamente reprobables? Lo mayoritario en política no garantiza necesariamente la calidad moral del proyecto que hay detrás.

La igualdad y la izquierda llevan tiempo manteniendo una relación complicada. Es cierto que Izquierda Española es mucho más que la respuesta a esa relación turbulenta con relación a la cuestión territorial.

Es principalmente el intento de ordenar las prioridades de una política transformadora y útil: la que defiende unos servicios públicos de calidad, la reindustrialización necesaria para mejorar en productividad –esa asignatura pendiente en España– y hacer competitiva nuestra economía en cuanto a su valor añadido, no a través de salarios bajos.

Una política que prioriza la lucha contra las crecientes desigualdades, la centralidad de un trabajo digno frente a la precariedad creciente en las relaciones laborales tras décadas de neoliberalismo.

Una que cuestiona a unas izquierdas identitarias que han fragmentado las preocupaciones de los trabajadores olvidándose de la igualdad y los derechos de todos, y poniendo el acento constantemente en la diversidad, las políticas identitarias y las singularidades de todo tipo (algunas aceptables, otras preocupantes en tanto que blanquean la desigualdad).

Izquierda Española es esa izquierda que defiende la igualdad entre hombres y mujeres, pero que no discute la existencia de estas últimas.

Una izquierda que aspira a que todos los pobres y discriminados de la sociedad adquieran la condición plena de ciudadanía con el conjunto de sus condiciones de vida garantizadas.

Una izquierda que defiende el progreso y la ampliación de derechos civiles, desde una perspectiva de ciudadanía común, no de pequeños grupos identitarios artificialmente aislados e inconexos entre sí.

Una izquierda que afirma la necesidad de recuperar valores de justicia y progreso universales, como recordaba la escritora Susan Neiman en La izquierda no es woke, un ensayo que enfrenta la conversión de las izquierdas en una suma de identidades particulares y pequeñas causas fragmentarias.

Somos una izquierda que aboga por una inmigración regular, ordenada y con integración dentro de las naciones políticas de acogida. Que no cae en las inercias buenistas de los que consideran compatible con la izquierda el gueto religioso o las leyes privadas –aun cuando esas leyes privadas suponen la vulneración de los derechos fundamentales de mujeres y niñas, o de minorías sexuales–, pero que tampoco asume el relato identitario y xenófobo de los que confunden ciudadanía política con discriminaciones étnicas, religiosos o culturales, como está ocurriendo con la derecha radical en buena parte de Europa.

Izquierda Española es, en definitiva, una izquierda que apela a la razón y a los argumentos. Que cree en la buena política como servicio a la ciudadanía, no al interés personal de ningún oportunista, en tiempos en los que triunfan, tristemente, la antipolítica y el populismo, las mentiras y los bulos, los vendedores de crecepelo e, incluso, como si de un mal sueño se tratase, unas ardillas extorsionadoras.

Son fenómenos globales, no privativos de España. La particularidad española, sin embargo, viene dada por una posible paradoja. ¿No habrá aceptado la izquierda en el Gobierno algunas políticas totalmente reñidas con las que históricamente caracterizaron a las izquierdas?

Para calibrar la actualidad del asunto, basta con escuchar a María Jesús Montero: el Gobierno está dispuesto a reconocer “la singularidad de Cataluña en un sistema de financiación especial”.

Poco han tardado los socialistas castellano-manchegos y extremeños en poner el grito en el cielo. Lo que no sabemos es si se tratará, como tantas otras veces, de palabras que se lleva el viento.

Como escribía con pleno acierto, en la red social X, Pablo Gómez Perpinyà, diputado de Más Madrid y hombre sensato, “si el PSOE quiere algún día volver a gobernar en la Comunidad Valenciana, Extremadura, Andalucía o las Castilla quizás debería introducir algún elemento democratizante y redistributivo en la apreciación de esas singularidades. No hay mayor singularidad que la desigualdad”.

Como si de un guiño del destino se tratase, la actualidad se empeña en recordar la pertinencia de Izquierda Española. No se trata de una preocupación accesoria o marginal, sino del elefante en la habitación del que nadie quiere hablar en serio.

Las condiciones de vida de todos nosotros se verán directamente afectadas de firmarse “la singularidad de la desigualdad” que se está cocinando. No es nada especialmente distinto a los regímenes forales ya existentes en el País Vasco y Navarra, pero la dimensión hace imposible su sostenibilidad. Un concierto económico para Cataluña tendría efectos letales para la capacidad redistributiva del Estado.

No es un debate teórico, sino que afecta a nuestra vida cotidiana. Los servicios públicos de las partes más pobres del país tendrán menos recursos para ser financiados. Así ocurrirá también con las infraestructuras de los lugares más deprimidos, como el tren prometido y siempre incumplido de Extremadura.

La sanidad, con sus sangrantes diferencias entre autonomías y tras décadas de recortes sociales, se resentirá especialmente allá donde peor funciona y menos recursos hay. Las Rentas Mínimas de Inserción seguirán siendo completamente desiguales.

Y qué decir de la educación, con una EBAU a la carta y diferencias inexplicables en los contenidos educativos. O de las políticas de vivienda pública, tan insuficientes y disfuncionales, con una ley estatal que no se puede aplicar porque los propios socios del gobierno alegan que invade sus competencias.

En Italia, la derecha y la extrema derecha llevan al Parlamento una ley de autonomía diferenciada para aumentar las desigualdades entre regiones e impiden con violencia que la oposición reivindique la unidad nacional como garantía de progreso y de bien común. Mientras tanto, en España, el acento progresista sigue puesto en la singularidad de la desigualdad para que los pobres sean más pobres y todos seamos cada vez más singulares. Es decir, más desiguales.

¿Cómo no va a hacer falta en este contexto un partido como Izquierda Española?

El Español (17.06.2024)