Madurar en 24 horas

Madurar en 24 horas

¿Se acuerdan de Un enemigo del pueblo, la obra de Ibsen, o de Tiburón, la película. Los del pueblo ocultaban el problema para no espantar el turismo. Pues eso. Allí estaba la explicación de la resistencia de hace pocas semanas a suprimir sus festejos. Salvo que se vayan a producir fallecimientos masivos y fulminantes entre los votantes locales, ninguna comunidad autónoma tiene incentivos para mostrar un problema (sanitario, como el coronavirus) si los beneficios de escamotearlo se distribuyen de manera inmediata entre esos votantes y los costes se diluyen en una población, los turistas, que no votan y que, en pocos días, se volverán a sus lugares de procedencia. La decisión, naturalmente, la deberá tomar el gobierno central.

Que se tome ya es otra cosa. La frase más repetida por los responsables políticos hace apenas diez días era “estamos en coordinación con las diversas autonomíasâ€, como quien entona un conjuro. Ésa y “pedimos a los ciudadanos un comportamiento responsableâ€. Dos maneras de rehuir su responsabilidad: la gestión política. No uso gratuitamente el sintagma. La política, en su sentido más genuino, consiste en imponer reglas para que las acciones de los agentes se correspondan con el interés general. Lo que nos enseñaron Hobbes, Locke y Kant. El Estado.

El problema política central, mostrado ahora en su máxima crudeza, consiste en resolver un elemental dilema del prisionero. Sí, la misma situación que se da cuando se produce un incendio en una sala repleta de personas: cada uno opta por salir rápidamente por la puerta, todos se atropellan y se obstruyen y, al final, pocos se salvan. Por supuesto, cada uno preferiría una salida ordenada, pero mientras nadie penalice a quien intente saltarse la fila, ante el temor de que los demás no la respeten, optará por salir el primero: su mejor estrategia, tanto si la respetan como si no. Basta con que uno enfile hacia la puerta para que los demás hagan lo mismo, no sea que. Con su propia acción confirmará su pesadilla.

Muchas de nuestras elogiadas descentralizaciones operan mediante ese mecanismo perverso. Si todos tienen competencias fiscales (sucesiones, patrimonio), nadie las tiene: si los ciudadanos pueden cambiar de comunidad, mejor no complicarles la vida con impuestos. Otra de las muchas inconsistencias de nuestra inconsistente izquierda: elogia el federalismo fiscal y se escandaliza de sus consecuencias. Puro inspector Renault. Por eso la política de vacunas tiene que ser nacional y obligatoria. Por eso no hay respuestas locales al virus. Quién va a asumir los costes políticos de hacer frente al reto, si, total, los que viven en la de al lado van y vienen (compran, trabajan, estudian) según les parece. Aunque no lo sepamos los españoles, los chinos han asumido unos costes de los que nos beneficiamos nosotros. Esperemos que no sea en vano.

Y lo mismo vale para las apelaciones a “la responsabilidad individual†que tanto me recuerdan a la “solución†habitual mis estudiantes de sociología ante los problemas colectivos: la educación. Las rogatorias: “sean buenosâ€. Si la gente fuera buena, no habría problemas. Y si mi abuela tuviera ruedas, sería un camión. Ya. Bueno, no ya, porque los líos aparecen incluso con santos: si en la sala incendiada solo hay monjes cediéndose mutuamente el paso, tampoco saldrá nadie. Y es que, también cuando abundan los ángeles, hay que diseñar las instituciones para los demonios, para esos demonios, pocos o muchos, que, sin respetar a nadie, cuando corren los primeros hacia la puerta -o a acaparar productos del súper— acaban desencadenado en todos, buenos o manos, “el peor de nosotros mismos†.

Está muy bien recomendar a quienes están afectados por el virus la voluntaria reclusión domiciliaria. Pero resulta improbable que, sin medidas adicionales, sin castigos, para empezar, suceda lo mismo cuando se trata de muchos. Por ejemplo, no funcionaría entre mis otros estudiantes -los de economía– entregados al supuesto del comportamiento racional y egoísta. Su razonamiento es otro. Si uno está enfermo, salvo en el caso de un improbable interés por la introspección, saldrá de su casa. No tiene razones (no morales) para actuar de otro modo. De perdidos, al río. Otra cosa es que se penalice o estigmatice a quien se mueva. Si, por ejemplo, teme ser leproseado por sus vecinos. Lo que han hecho Los chinos y, de otro modo, los coreanos: vigilar y, si hace falta, castigar. La política.

Nuestros responsables, buenistas y cainitas a la vez, no operaron con esos guiones. Durante casi un mes se refugiaron en argumentos falaces y deshonestos, como “nos los dicen los científicosâ€, o en vacuas invocaciones, como “sean buenosâ€, para seguir recociéndose en su adolescencia. Seguían en la asamblea de COU y estaban pilotando el Titanic. Quisiera creer que en un fin de semana han madurado.

El Mundo (20.03.2020)