Por un debate riguroso sobre el modelo lingüístico catalán

Por un debate riguroso sobre el modelo lingüístico catalán

Respuesta a Hèctor Xaubet

Aquí, más allá del recurso a la tergiversación utilizado por el autor de la réplica, se realiza una petición de principio para desarrollar un debate racional sobre el tema. Asimismo, se exploran las alternativas a la legislación lingüística vigente en Catalunya con el objetivo de construir un modelo democrático.

A luz de la contrarréplica de Hèctor Xaubet es muy difícil desarrollar un debate riguroso y racional sobre la política lingüística de la Generalitat de Catalunya en general y sobre la inmersión lingüística en el sistema educativo en particular.

En realidad, gran parte del texto resulta una falsa atribución de afirmaciones, posicionamientos y juicios de intenciones que el autor me atribuye sin ningún fundamento. Así, me acusa de propugnar un “nacionalismo lingüístico interiorizado”, de la “defensa de una monarquía corrupta”, de comprar el marco mental de Cs o incurrir en un “discurso segregador”. Como no puede apoyar estas imputaciones en citas de mi escrito, no le queda otro recurso que retorcer y tergiversar mis argumentaciones para que quepan en su particular lecho de Procusto. Ignoro si este enfoque es debido a una falta de honestidad intelectual o una debilidad argumental que le impele a utilizar estos recursos o ambas cosas. En cualquier caso, no entraré a desmentir o polemizar con afirmaciones que no he sustentado ni suscribo.

Únicamente, creo necesario puntualizar sobre la falaz atribución que realiza sobre mi supuesta equiparación entre “nacionalismo, independentismo y lengua”, en la medida que este punto es fundamental en el debate sobre la cuestión lingüística en Catalunya. En principio, todas las lenguas son instrumentos de comunicación políticamente neutros. Ahora bien, resulta evidente, como han señalado los principales tratadistas que han estudiado a fondo los nacionalismos, que la construcción de la lengua nacional y la asimilación lingüística son unos de los principales procedimientos utilizados por los movimientos nacionalistas. Justamente, toda la política lingüística de la Generalitat se orienta en esta dirección y por si quedara algún atisbo de duda ahí está el manifiesto Koyné que reclama el estatus del catalán como única lengua oficial y acusa a los castellanohablantes de ser un factor de colonización lingüística.

Xaubet realiza esfuerzos, tan denodados como inútiles, para negar esta realidad y pretende presentar la política lingüística de la Generalitat como aséptica política e ideológicamente, cuyo único y noble objetivo radica en la promoción del catalán. Esta negación de la realidad se explica por el hecho que todo su aparato argumentativo se hundiría si reconociese que la actual política lingüística está presidida por esta orientación típicamente nacionalista, la cual, por otro lado, sus impulsores nunca se han molestado en ocultar.

Colateralmente, en un alarde de distorsión histórica, acusa a Cs de haber iniciado la nefasta tendencia a politizar la lengua, cuando el nacimiento del partido naranja se explica como reacción a dos décadas de políticas lingüísticas sectarias y excluyentes de la Generalitat que adoptaron carta de naturaleza con la aprobación de la Ley de Política Lingüística y ante la inoperancia de la izquierda para combatirlas.

Realizada esta precisión, el núcleo del debate radica en determinar si la actual la política lingüística de la Generalitat y la inmersión se corresponden con un modelo democrático respetuoso con la pluralidad cultural de la sociedad catalana y los derechos de la ciudadanía. En el fondo, para Xaubet no hay nada que debatir pues en su opinión la inmersión lingüística ha zanjado definitivamente el tema. Es más, da la impresión que le enoja profundamente que, desde la izquierda, alguien se atreva a cuestionarla, pues resulta de gran comodidad intelectual atribuir estas críticas a la derecha españolista y, por ello intenta asimilar mi posición con la de aquélla.

A nuestro juicio, la cuestión de fondo radica en responder a la pregunta si en una sociedad con dos lenguas vehiculares y oficiales la implantación de un modelo monolingüe es una solución democrática. Aquí se ubica nuestra principal discrepancia. Para Xaubet la respuesta es positiva y negativa para el autor de estas líneas.

 

El fantasma de la extinción del catalán

Ahora bien, el problema estriba cuanto Xaubet intenta, sin demasiada fortuna, argumentar su posición, lo cual le conduce a sumergirse en un océano de contradicciones y sostener una cosa y la contraria. Por ejemplo, y sin ánimo de ser exhaustivos, me critica por usar el verbo “proteger” respecto a la lengua catalana, pues este término le lleva “a pensar que se ve el catalán como una cosa exótica y externa a preservar”. Eso, cuando utilizaba ese verbo en el sentido de implementar una serie de medidas de discriminación positiva dada su condición de idioma minoritario en comparación con el castellano y como compensación tras décadas de prohibiciones y políticas asimilacionistas por parte del Estado español. Sin embargo, a renglón seguido, defiende la política lingüística de la Generalitat con el argumento de que en caso de no aplicarse se incrementaría el retroceso del uso social del catalán que conduciría a “la substitución lingüística que tenderá a consumarse a medio-largo plazo.”  

Por cierto, esta amenaza de peligro de extinción del catalán es uno de los espantajos más utilizados, sin ningún fundamento empírico, desde el nacionalismo lingüístico para justificar sus políticas asimilacionistas. Un autor tan poco sospechoso de españolismo como el sociolingüista Albert Branchadell publicó en Ara el artículo titulado Catastrofisme lingüístic (28/12/2020), que desmiente esas negras previsiones. Así, cita El Atlas de las lenguas en peligro de la UNESCO que distingue cinco grados de peligro en función del estado de la transmisión intergeneracional. Las lenguas que no corren peligro o “seguras” son las utilizadas por todas las generaciones y gozan de una transmisión ininterrumpida, las siguen las “vulnerables”, las “claramente en peligro”, “en situación crítica” y “lenguas extintas”. En España, existe una lengua vulnerable (euskera), tres en peligro (aragonés, asturleonés y aranés) y una extinta (guanche). El catalán no figura en el Atlas y es considerada una lengua segura. Otra de las fuentes más solventes para clasificar los idiomas es Ethnologue el cual utiliza una escala de vitalidad lingüística denominada EGIDS (Expanded Graded Intergenerational Disruption Scale) que consta de 13 niveles. De modo que, cuando más elevado es el número en la escala, mayor es peligro de interrupción de la transmisión intergeneracional. Según Ethonologue el catalán está en el nivel 2, muy lejos de los niveles críticos 6b (“amenazado”), 7 (“en sustitución”) u 8 (“moribundo”). Además, Branchadell cita Endangered Languages Project, gestionado por el First Peoples’ Cultural Council de British Columbia (Canadá) y un equipo de la Universidad de Hawái que, al igual el Atlas de la UNESCO, tampoco incluye el catalán entre las lenguas en peligro de extinción.

A modo de conclusión, Branchadell afirma que entre los expertos internacionales existe un amplio consenso respecto a que la lengua catalana no está en peligro de extinción, ni siquiera en una situación vulnerable. A su juicio, esto no significa que el estado de la lengua catalana esté bien como está y defiende que “la causa del catalán necesita un nuevo impulso”, pero advierte que las proclamas catastrofistas, como la subscrita por Xaubet, desaniman a los nuevos hablantes que necesita la lengua si se les repite que el catalán es un idioma que pronto desaparecerá.

 

Lengua y clase social

Llama poderosamente la atención que un autor que se proclama progresista desprecie la categoría de clase social cuando se trata de evaluar el modelo lingüístico en vigor en Catalunya. Así, afirma que las élites del Reino de España “no son catalanohablantes”, cuando entre estas élites han de incluirse a las burguesías catalana y vasca. Asimismo se obvia que en Catalunya, pero también en Andalucía o Madrid, las clases trabajadoras también utilizan ese idioma.

Las lenguas mayoritarias de los Estados-nación son utilizadas por todas las clases sociales aunque son empleados de modo diferente por su acento, vocabulario o modismos. Así existen notables diferencias entre el uso del castellano, francés o inglés por las clases dominantes o por las clases populares, lo cual resulta otro signo sus diferencias sociales. La relación simbiótica entre la lengua culta y popular resulta un indicador de la vitalidad expresiva de un idioma.

En el caso del catalán  se detecta el problema que, a diferencia de su amplio uso popular en el primer tercio del siglo XX, ha ido perdiendo base popular y se está convirtiendo en un idioma de las clases medias y altas, pues la mayoría de la clase trabajadora, al menos en la Catalunya metropolitana, emplea el castellano. Si a esto le unimos la enorme presión normativa existente entre los hablantes del catalán, no debería extrañarnos que sectores de la juventud  prefieran usar el castellano que está sometido a una menor presión normativa y permite una expresión más desinhibida.

Además, dada la presión normalizadora por parte de numerosos claustros escolares, hablar en castellano se ha convertido en una suerte de manifestación de rebeldía que se adapta muy bien a la idiosincrasia de muchos adolescentes. Este conjunto de circunstancias contribuye a explicar el hecho, en primera lectura paradójico, que mientras en las aulas las asignaturas se imparten en catalán, el castellano sea dominante en los patios de los centros escolares, como indicó con preocupación la entidad hipersubvencionada Plataforma por la Llengua.

Incluso, podría afirmarse que este comportamiento entre sectores de la juventud resulta una especie de efecto bumerán de la inmersión lingüística.

 

Modelos lingüísticos alternativos

Volviendo al núcleo de la cuestión. Nosotros rechazamos el actual modelo monolingüe y propugnamos la construcción de un modelo lingüístico que se adapte a las singularidades del país y donde tengan cabida las dos lenguas vehiculares y oficiales del país. En este sentido, citábamos las prescripciones de la UNESCO que recomienda la enseñanza en la lengua materna de los alumnos. Aquí volvemos a toparnos con la tergiversación de los argumentos que atraviesa la réplica de Xaubet cuando afirma que estas recomendaciones sólo son válidas para las “lenguas indígenas de los estados colonizados” y afirma que estos principios sirven para “reafirmar la inmersión”, lo cual resulta completamente contradictorio con la defensa de la enseñanza en lengua materna de la UNESCO.

Asimismo, en la Convención sobre los Derechos del Niño, aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1989 y ratificada por todos los países miembros, se reafirmó este derecho a la enseñanza en lengua materna que no implica a todo el currículum escolar, pero sí una parte significativa del mismo. Por el contrario, Xaubet cita la Declaración Universal de Derechos Lingüísticos (1996), auspiciada por el Centre Internacional Escarré per a Minories Ètniques (CIEMEN), una entidad de marcado sesgo nacionalista, fundada en 1974 por el ex monje de Montserrat Aureli Argemí, antiguo secretario del abad Aureli Maria Escarré, que promueve el reconocimiento de la “realidad nacional catalana” y otras naciones sin Estado.

La exposición del modelo finlandés, por mi parte, respondía a la intención de buscar elementos para la construcción de este modelo lingüístico democrático para Catalunya. En este sentido, he de volver a insistir en que el modelo monolingüe catalán es un caso único en aquellos países europeos donde existen dos o tres lenguas vehiculares y oficiales entre la mayoría de la población. En ninguna de las cuales se aplica la inmersión, a excepción de Groenlandia y las islas Feröe.

En términos generales, como ha mostrado Mercè Vilarubias, existen dos criterios. Por un lado, el modelo mayoritario es el de la doble red escolar donde los padres eligen el idioma de la educación de sus hijos entre las lenguas oficiales del territorio. Este es el caso ya expuesto de Finlandia, pero también del País de Gales (galés-inglés), Eslovaquia (eslovaco-húngaro) o Irlanda (irlandés-inglés). Mención especial merece Bélgica donde existe una triple red escolar en función de la lengua mayoritaria del territorio: escuelas en flamenco en Flandes, en francés en Valonia y en alemán en el este del país. En Bruselas, calificada oficialmente como bilingüe, existe una doble red escolar en flamenco y francés.

Por otro lado, existe un modelo minoritario calificado de multilingüe. Este es el caso de Luxemburgo, citado por Xaubet, un pequeño Estado con tres lenguas oficiales: luxemburgués, alemán y francés, donde estos idiomas son introducidos progresivamente en la enseñanza por este orden, al margen de la lengua materna de los alumnos. En el caso de Frisia, región del norte de Holanda, donde este idioma es oficial junto con el neerlandés, la mayoría de escuelas son bilingües, impartiendo algunas asignaturas en frisón y otras en holandés dependiendo de la etapa escolar.

El caso de Gales e Irlanda resulta una manifiesta impugnación de las tesis de Xaubet, quien justifica la inmersión por la convivencia sobre un mismo territorio de una lengua mayoritaria (inglés/castellano) y otras minoritarias (galés/ irlandés/catalán).  A nuestro juicio, no se trata tanto estructurar la política lingüística en función de cuál es la lengua mayoritaria o minoritaria, sino de respetar los derechos lingüísticos de la ciudadanía; especialmente cuando éstos afectan a las clases populares como sucede en Catalunya.

 

A la búsqueda de una alternativa

De la crítica a la inmersión y la comparación con otros modelos lingüísticos debería desprenderse una alternativa a la legislación lingüística vigente en Catalunya. En nuestra opinión, esta alternativa debería estar presidida por tres principios: la discriminación positiva de la lengua catalana,  el respeto a la pluralidad lingüística y la defensa de los derechos de la ciudadanía.

Sin embargo, no resulta tan fácil plasmar estos principios generales en normas concretas. Los modelos que apuestan por una doble red escolar poseen la ventaja de ser respetuosos con la pluralidad cultural y los derechos de la ciudadanía, pero de aplicarse en Catalunya tendrían el inconveniente de separar a los alumnos en función de su lengua materna, contribuyendo a solidificar aun más las dos comunidades lingüísticas existentes; aunque, sin duda, este modelo sería preferible al actual. 

Otra opción sería adoptar un modelo multicultural, donde sin separar a los alumnos en función de su lengua materna, ambos idiomas podrían convivir en las aulas, impartiendo las asignaturas en uno u otro idioma que serían introducidos progresivamente en función de la realidad sociolingüística de cada centro escolar. Esta solución quizás se adaptaría mejor a la situación del país y contribuiría a desideologizar el uso de ambas lenguas oficiales y vehiculares.

Llegados a este punto podría abrirse un interesante debate que a Xaubet no parece interesarle dado su férrea y acrítica defensa de las políticas lingüísticas en vigor, pero al cual le invito a participar.    

Xaubet finaliza su réplica acusándome -por enésima vez sin ningún fundamento- de rechazar el famoso lema del PSUC: “Catalunya, un sol poble”.  Aquí se me permitirán dos consideraciones. Por un lado, el proceso soberanista ha dinamitado este proyecto al considerar únicamente como pueblo catalán a la parte que apoya la independencia. Por otro, es posible que un sol poble pueda tener dos lenguas.

El Viejo Topo – Revista nº 399 (abril, 2021)