‘Sálvame’: la tumba del fascismo ¿o la cuna?
La izquierda y el Gobierno amparan una cultura sociopolítica entregada a las emociones y a la irracionalidad, a lo más instintivo entre lo humano, en consonancia con su defensa de la identidad y del nacionalismo
Si hemos de creer en sus palabras, la mayor derrota cultural de la izquierda no es la extensión del etnicismo en su peor versión: como justificación de la pertenencia a las comunidades políticas. Ya saben: somos diferentes y, por tanto, no queremos votar ni redistribuir con quienes no comparten nuestra identidad. Exactamente lo opuesto a la nación de ciudadanos, de una ley común que asegura igualdad en libertades y derechos. Nuestra izquierda se ha entregado fanáticamente al unga, unga y el resto son solo corolarios de ese principio: la ocupación de las instituciones, para allanar el camino a los secesionistas; la ruptura de la unidad fiscal y distributiva, incluido el impuesto a los ricos, que no alcanza a los ricos con RH-; la descalificación de la justicia (un vicepresidente de Gobierno sosteniendo que tenemos «presos políticos»); la consolidación del poder despótico, despreciando al Parlamento de todos y patrimonializando lo común (desde el Zapatero del «os daré el Estatuto que queráis», hasta el Sánchez de «tranquilo, Aragonés, no recurriremos al incumplimiento de la sentencia del 25% de clases en español»). Lo peor es que la izquierda ha extendido ese cuento al paisaje político, sin que la derecha reconociera el orden causal, la raíz última del mal: el axioma, no los teoremas.
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