Archivos del Autor: Félix Ovejero

Las secuelas de la izquierda reaccionaria

Las secuelas de la izquierda reaccionaria

La superioridad moral de la izquierda en el debate público conlleva peligros para la democracia que van desde la prohibición a la radicalización

Quienes realizan previsiones en serio anticipan el declive de la retórica de izquierda reaccionaria (Astral Codex Ten, The Rise And Fall Of Online Culture Wars, 2021). Dios lo quiera. Mientras llega la buena nueva, quizá sea hora de calibrar los destrozos. Que no han sido escasos. Y todavía no plenamente reconocidos. Aún están por llegar los efectos retardados, esos que enquistados en la academia prolongarán las patologías durante generaciones. Si tienen dudas repasen los productos de ciertas disciplinas con notoria alergia al control empírico y lógico de los argumentos: sintomáticamente, los más populares en el gremio (M. Cabello, Another front in the ‘replication crisis’: replicated papers less likely to be cited, The Academic Times, 2021). Allí encontrarán desprecio a la buena ciencia (cuando no a la razón), rechazo sin reservas del proceso globalizador, lamentos por la pérdida de las tradiciones y hasta exigencia de especiales protecciones legales para las religiones. Todo ello cosido con el desprecio a conquistas civilizatorias indiscutibles acusadas de “eurocentristas”. En ese ecosistema ha crecido una parte importante de nuestra izquierda política a la que uno no se cansa de recomendar la relectura -si es que hubo lectura, que ya es mucho suponer- de El Manifiesto Comunista.

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Un niño de Biafra camino de desafección

 

Un niño de Biafra camino de desafección

No se sorprendan de que ahora, por otros caminos, los catalanes siempre ignorados comencemos a olvidarnos de una España que no es garantía de derechos

Como catalán, comienzo a estar harto de la solidaridad. Parece uno un niño de Biafra. Te miran con ternura, te aguantan un rato el rollo (tampoco mucho, que no es para tanto) y alguno hasta te invita a comer. Como cuando los del Domund. Si acaso, los más cercanos te preguntan por qué te metes en líos. Solo les falta añadir “con lo que tú vales, con lo que podrías hacer si te dedicaras a otros asuntos”. Recuerdo como en su día el responsable (catalán) de opinión del periódico en el que colaboraba, después de recomendarme que me ocupara menos del “asunto”, me inventarió aquellos otros en los que, según él, sí tenía algo que aportar: la igualdad, la democracia, el futuro de la izquierda. Confieso que me emocionó: aunque se olvidaba de la teoría de la ciencia social, conocía mi obra mejor que los evaluadores del Ministerio de Universidades, lo de la ANECA.

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Si Junqueras es Mandela, nosotros somos…

Si Junqueras es Mandela, nosotros somos…

Lo único que no se ha intentado en Cataluña, lo verdaderamente nuevo, es el cumplimiento de la ley

Cuesta confiar en los defensores de los indultos. ¡Resultan tan mudadizos! Tengo la impresión de que si el presidente no los hubiese anunciado, ahora mismo estarían diciendo lo contrario de lo que dicen. No especulo, que disponemos de un experimento natural: muchos de ellos, como tantos otros españoles, apoyaron a Sánchez cuando en la campaña electoral proponía el cumplimiento íntegro de las penas. O entonces o ahora no se tomaban en serio. La única explicación que se me ocurre no honra sus virtudes epistémicas.

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Los impuestos no son un robo

Los impuestos no son un robo

El debate sobre los impuestos muestra que hay una izquierda racional. Y una derecha que reclama inquietantes cierres de filas.

La tesis es conocida. El Estado nos confisca lo ganado con nuestro esfuerzo. Si en el régimen señorial los siervos entregaban parte de su cosecha o de su jornada, Hacienda cumpliría funciones parecidas en nuestra era, cuando nos arrebata mediante impuestos lo obtenido con nuestro trabajo o nuestras inversiones. Una vez hemos recibido lo merecido, lo que se corresponde con nuestros esfuerzos, aparecería el Estado disponiendo de lo que no es suyo. Al obrar de ese modo, además de expoliarnos, se entrometería en nuestras vidas y limitaría nuestra libertad.

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Preservar las palabras

Preservar las palabras

Son unas elecciones a una comunidad autónoma, donde no se deciden los tipos de interés, la política penitenciaria o la forma de Estado

En mi comunidad de vecinos hay un trastornado. Entre podemita y cupero, no estoy seguro. Como es el más rico, seguro que una cosa u otra. Este año le toca presidir. Hace unos días una vecina anciana me llamó para contarme su preocupación por lo que pudiera pasar. Le recordé que aquello no era la OTAN.

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¿La burguesía catalana?: nada que esperar

¿La burguesía catalana?: nada que esperar

Desengáñense. A estas alturas, el dilema “economía o independencia”, indiscutible en el plano de los conceptos, no emplaza a nadie en particular.

Hace seis años, a unos pocos amigos se nos ocurrió crear CLAC, un centro -un cobijo- cultural cosmopolita en Cataluña: una temeridad en un ecosistema en donde la impostura de la identidad absorbe los presupuestos públicos y asfixia el pulso natural de la vida. Como estas cosas requieren elementales recursos, siquiera un local para conferenciar, algunos con más aldabas que servidor -y más ingenuos- se acercaron a patricios de la ciudad a contarles nuestras cuitas. Unos nos recibieron con amabilidad; otros, silbaron y, seguramente, algún otro, apenas salíamos por la puerta, avisó a las autoridades, no fuera qué.

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Filosofía política de la vacunación

Filosofía política de la vacunación

El autor razona sobre las enseñanzas que, explica, se pueden extraer del «penoso proceso de distribución» de la vacuna. Aborda los principios que rigen su asignación, el cómo y el papel de las instituciones

Que la vida se parece bien poco a las películas, por si no lo sabíamos, nos lo ha confirmado el menesteroso proceso de distribución de las vacunas. Si fuera como el cine, apenas desarrolladas, veríamos multitudes — en un plano general o en una pantalla subdividida en celdas– vacunándose en los cinco continentes. En apenas una semana, asunto resuelto. Pero no, tampoco esta vez, la vida se parece al cine. Y en Europa aún menos, donde superadas las primeras horas de autocomplacencia, parece que nos resignamos a verlas venir.

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