¿Qué ha pasado en Cataluña para que se rompiera una dinámica de 110 años? Sin lugar a dudas, la fractura social, agudizada en los últimos meses de 2017, pero latente desde hace ya años. Durante 4 décadas el nacionalismo ha jugado la partida en plan tahúr. Ha repetido hasta la saciedad la consigna de “un sol poble”, pero ha reducido a gran parte de la ciudadanía a una condición de no existencia identitaria. La marginación de la realidad castellanohablante ha sido escandalosa y la apropiación de la administración catalana por un puñado de familias (las llamadas “300”), ha conducido a un sistema que solo se puede calificar de oligárquico. A mi entender ha sido la brutalidad con que se condujo el independentismo a partir de septiembre pasado, culminando el proceso aludido, lo que ha sacado de su letargo a esos electores, en bastantes casos abstencionistas, que se han volcado en la opción que negaba el catalanismo sin paliativos. Y eso contrasta con el fracaso de la “operación Iceta” que ha dejado, bien a las claras que, hoy por hoy, el catalanismo está muerto. El país está fracturado en dos vasos no comunicantes: separatismo y constitucionalismo. Y ni siquiera con una docena de rufianes, el independentismo va a poder pescar en las ahora embravecidas aguas constitucionalistas.
Rebelión (20.02.2018)