Imponer una lengua disminuye sus hablantes
Los idiomas solo tienen dos enemigos: quienes los prohíben y quienes los exigen. Y en Cataluña entre nuestros gobernantes tenemos bastante de los dos grupos. Yo quiero hablar mis dos lenguas en libertad.
El 4 noviembre al mediodía, Salvador Vergés, diputado de Junts, se entretenía tuiteando en plena jornada laboral acerca de la intervención de un diputado del PSC: “Ahora mismo, en el Parlament, un diputado socialista cambia del catalán al castellano para verbalizar una cita de Cicerón. Todos sabemos que Marcus Tullius Cicerón, nacido en Formia el 106 antes de Cristo, hablaba en perfecto castellano, como debe ser. Seguimos”.
Dejemos a un lado, que Cicerón nació en Arpino, no en Formia, que supongo que Salvador Vergés sabe que no hablaba en catalán ni siquiera en la intimidad, porque ni existía, y que montar un escándalo porque alguien cita en un idioma que no es catalán, en un Parlamento bilingüe, roza el infantilismo.
Ese mismo día, desde Mallorca, una profesora de matemáticas se quejaba también: “Los catalanes somos víctimas de un etnocidio perfectamente planificado. Ninguna sociedad puede integrar un volumen inmigratorio tan grande como el que hemos recibido y recibimos (tanto de dentro como de fuera del Estado) y mucho menos una región expoliada y sin recursos económicos como la nuestra”.
No se asusten, no se refiere a los alemanes, ni a los británicos que viven en Baleares, hablando tranquilamente en alemán e inglés, sino a los catalanes que hablan castellano o, lo que es peor, a los del resto de la Península y que, a su juicio, vienen aquí y se establecen para acabar destruyendo la lengua y la cultura catalana.
Y en frente, no se dan ni cuenta, Vox sostenía casi al mismo tiempo que “se fomenta la inmigración masiva para africanizar nuestros barrios”. Parece distinto discurso, pero no lo es, es la misma idea que mantienen muchos representantes de Junts cuando hablan de la castellanización de Cataluña. La ultraderecha y la xenofobia al de fuera se cuela por los dos lados. Especialmente por las de los nacionalismos. El historiador Steven Forti lo explica estupendamente.
La cosa no queda ahí. Dos polémicas más en torno a si está o no en peligro la lengua y la cultura catalana han surgido estos días. La primera acerca del idioma en que deben o no, dar clase los profesores universitarios. Polémica a la que acudía irritado el vicepresidente, Jordi Puigneró, aclarando que llevan tres siglos (no explica quiénes) atacando el catalán. Puigneró que, dicho sea de paso, estudió en la Universidad de Surrei (Reino Unido) donde, como todo el mundo supone, recibió clases en catalán.
Y la última polémica la ha protagonizado Òscar Escuder, presidente de Plataforma per la Llengua, quien en una entrevista en la emisora catalana 8TV explicaba cómo habían hecho un “estudi observacional” para saber en qué lenguas hablaban los niños en los patios de las escuelas. O sea, alguien les ha dejado colarse en centros docentes para elaborar un dosier donde diferencian a las personas según el idioma en que hablan.
Disminuye el uso del catalán, dicen. Y parece que tienen razón. La generación, las generaciones, en las que el catalán ha estado más presente en el currículum docente. La generación con mayor dominio del catalán, en contra de lo que era previsible, es, precisamente, a decir de las encuestas, la que está disminuyendo el número de catalonoparlantes.
¿Búsqueda de culpables? ¿Señalamientos a docentes? ¿Persecuciones absurdas? Las que se os ocurran, pero cero autocrítica de la incidencia que ha tenido el procés en el descenso de hablantes en lengua catalana.
Y, como he dicho, está claro que no es por desconocimiento de la lengua (los niños y jóvenes de nuestros colegios son la generación que más conoce el catalán), es, parece claro, por desafección política, por hartazgo de imposiciones. En definitiva: porque usar la lengua como arma política solo juega en contra de la misma lengua. Las lenguas solo tienen dos enemigos: quienes las prohíben y quienes las imponen. Y en Cataluña entre nuestros gobernantes tenemos bastante de los dos grupos.
Por eso la pregunta siempre es la misma: ¿Hasta cuándo tendremos que dejar de sentirnos señalados la mitad de los catalanes que nos sentimos españoles por expresarnos en alguna ocasión en castellano, uno de los dos idiomas oficiales de Cataluña, sin tener la necesidad de recordar que es cooficial en la comunidad? Yo quiero hablar mis lenguas (las dos) en libertad, y eso quiere decir que no las quiero ni prohibidas ni impuestas. Y, por supuesto, tampoco quiero aparecer en una lista según la que hable.
El País (15.11.2021)