El sector del transporte está sobredimensionado porque interesa a las grandes empresas
Nos toca vivir tiempos tan confusos como la información que recibimos sobre ellos. Ya se ha dicho, y se ha repetido hasta el aburrimiento, que nunca hasta hoy fue asequible para casi todos tanta cantidad de información y acerca de prácticamente cualquier asunto, sea o no relevante, sin el menor esfuerzo para tener acceso a ella. Una primera valoración de ese hecho como algo absolutamente positivo se reveló como falsa, además de ser asombrosamente ingenua.
Los medios audiovisuales y las redes sociales compiten desaforadamente por abrumarnos con información sobre los acontecimientos que suponen de interés para la mayoría y nos sobrecargan con imágenes, crónicas, titulares, tertulias y análisis de especialistas a los que se supone capacitados para ilustrar a los legos en cuestiones de gran complejidad. El resultado es una avalancha de sabios en las barras de los bares y de cuñados reconvertidos a virólogos, vulcanólogos, economistas o expertos en geopolítica que hacen valer, entre cerveza y cerveza, su sabiduría recién adquirida.
Calidad de las fuentes
Lo malo es que no saben nada, y la causa es que la información les llega indiscriminadamente, sin evaluar la calidad de las fuentes y fortísimamente ideologizada, de tal modo que cada cual se queda con la que más conviene a sus creencias y a sus prejuicios. ¿Es esto una prueba de la maldad intrínseca de unos cerebros empeñados en inundarnos con falsas informaciones? No, solo es la consecuencia de una cierta pereza mental que no anima a sus receptores a buscar las fuentes mejores o los análisis mejor documentados.
El conflicto que se ha vivido en España, con los transportistas autónomos bloqueando las carreteras, poniendo en crisis todo el sistema de abastecimiento y, con él, haciendo tambalearse a casi todos los sectores productivos, es un magnífico ejemplo de lo que digo. El país se dividió inicialmente entre quienes veían en la convocatoria de paro una maniobra de agitación procedente de la ultraderecha y quienes aprovechan cualquier circunstancia para culpar a quienes gobiernan de todos los males (¡piove, porco governo!). Pero unos y otros se llevaban las manos a la cabeza ante el disparate que supone tener que poner dinero para trabajar, en lugar de cobrar por ello, y se preguntaban qué demonios hacía el Gobierno cruzado de brazos ante tamaña enormidad.
Enigma
La explicación al enigma, sin embargo, la han dado los propios camioneros autónomos en huelga. El problema reside en que las grandes empresas de transportes, los que cobran religiosamente a sus clientes por llevar sus mercancías, han ido reduciendo sus costes (y sus riesgos) por el sencillo procedimiento de externalizar el trabajo con otras empresas subcontratadas que, a su vez, contratan con otras menores hasta llegar al autónomo que solo tiene uno o dos camiones y, por lo tanto, carece de capacidad para gestionar su propia clientela. Los mordiscos que va recibiendo la cantidad inicial en cada subcontrata dejan apenas unas pequeñas raspas para el que verdaderamente trabaja que, sometido a las presiones de los grandes, se ve entre la espada y la pared: trabajar a pérdidas, o con márgenes ridículos, o no trabajar en absoluto.
O sea, que estamos ante un conflicto entre empresas (grandes empresarios sin camiones y camioneros autónomos) que vienen funcionando con arreglo a su libertad de negociar y que han creado este monstruo. El negocio se rige por la Ley del Mercado, que unos y otros aceptaron porque pensaron que les iría bien pero que demasiadas veces se convierte en la Ley de la Selva. ¿Qué tiene que hacer el Gobierno en lo que no es sino un conflicto entre particulares? ¿Quiénes son los responsables de que las cosas hayan llegado a este extremo?
Sí, claro, el Gobierno tiene que tomar cartas en el asunto cuando es el país el que se tambalea, pero ese principio nos ha llevado en demasiadas ocasiones ya a salir al rescate de los que crearon la crisis para satisfacer su codicia y, cómo no, a rescatarlos con el dinero de todos los españoles, la mayoría de los cuales no tuvieron arte ni parte en este engendro.
Pero, si avanzamos un poco más, habrá que poner el acento en el absurdo sistema logístico que rige en España. El sector esta sobredimensionado porque interesa a las grandes empresas. Sobran camiones, muchos …y sobran camioneros. ¿Por qué? Porque el poderoso lobby de los transportistas por carretera ( herederos algunos de la Mafia del Transporte franquista, responsable entre otros desafueros de la Matanza de los abogados laboralistas de Atocha) condicionó ya en democracia las claves de ese sistema, que primó las absolutamente necesarias autovías, sobre el transporte por ferrocarril. Cualquiera que haya viajado un poco sabe que en el resto de los países europeos es imposible ver tantos camiones como se ven en España, ni siquiera una quinta parte. Pues bien, esa anomalía con padres y madres es la clave del poder que tiene ese sector para condicionar la vida del país y para imponer sus dictados a los pequeños transportistas.
Grandes acuerdos
Así que, más allá de los parches que el ejecutivo pueda arbitrar para paliar los efectos más insoportables de esta crisis coyuntural, lo que habría que pedir al Gobierno (a mi juicio) son medidas estructurales: un plan de largo recorrido que ponga orden en ese mercado irracional cuyas disfunciones amenazan gravemente al conjunto de la economía del país. ¿Que habrá que pisar callos muy sensibles? Desde luego, y habrá que hacerlo a partir de grandes acuerdos entre la mayor parte de las fuerzas políticas. ¿Que eso ya va a ser más difícil? Pues claro: para quien se ha acostumbrado a decir que no a todo y a criticar por sistema, con argumentos o con salidas de tono, lo de arremangarse y ponerse a trabajar para dar solución a los problemas es algo que da pereza.
Es mucho más sencillo llenar de lamentos y memes las redes sociales y esperar a que cada uno se intoxique como mejor le parezca.
El Periódico (5.04.2022)