Los casos de mentiras para manipular a la opinión pública no han hecho más que crecer hasta el punto de que hemos pasado a un nivel mucho más sofisticado: los ‘hechos alternativos’, que cuestionan la propia noción de verdad
Pedro Sánchez ha negado categóricamente que se disponga a hacer cambios en su Gobierno. “Ni tan siquiera se me ha había ocurrido”, ha dicho al ser preguntado mientras visitaba la isla de La Palma. Que lo desmienta ante la oleada de rumores que han publicado algunos medios madrileños no tiene nada de particular. “Nadie ha colocado la veracidad entre las virtudes políticas”, escribió la filósofa Hannah Arendt, cuyas reflexiones sobre los conceptos de verdad y falsedad hace medio siglo nos siguen iluminando, y que la editorial Página Indómita tradujo en 2017. En base a los criterios de Arendt en ‘Verdad y mentira en política’, la falsedad de Sánchez, en el caso de que lo fuera, sería legítima, aunque sea difícil de creer que al presidente del Gobierno no se le haya pasado por la cabeza efectuar algún tipo de remodelación ministerial.
La mentira en política es perniciosa cuando se administra de manera masiva, cuando se pretende generar un engaño deliberado, sobre todo para consumo interno. Arendt ejemplificó su teoría con el caso de los papeles del Pentágono en relación con la guerra de Vietnam. Desde entonces, los casos de mentiras para manipular a la opinión pública no han hecho más que crecer hasta el punto de que hemos pasado a un nivel mucho más sofisticado: los ‘hechos alternativos’, que cuestionan la propia noción de verdad. No se trata solo de burdas mentiras, como con las que se intentó legitimar la guerra de Irak en 2003, o el torpe empecinamiento sobre la autoría de ETA que hizo el Gobierno de José María Aznar, ante el atentado yihadista de Atocha en 2004. En ambos casos, la manipulación quedó al descubierto rápidamente. Desde hace unos años, hablamos de la narrativa ‘fake’, cuyo objetivo es destruir la noción de verdad, de manera que perdamos la capacidad de juicio. Pero Arendt ya se estaba refiriendo a ello cuando alertaba de lo destructivo que resultaba para la democracia la confusión entre lo verdadero y lo falso, pues alimentaba el ‘cinismo’, la cultura de la sospecha, la negación de la verdad.
No es casual que el libro con los textos de Arendt se publicara en castellano en 2017, tras la victoria del Brexit en el referéndum y la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, dos momentos cumbre del nacional-populismo, mientras aquí íbamos a sufrir ese año la apoteosis del ‘procés’, tan repleto de autoengaños. Sin embargo, parece que el éxito de la política ‘fake’ remite, y puede que en Europa lo peor ya lo hayamos pasado ahora que nos enfrentamos a la Rusia de Putin. Por eso es saludable, ante el quinto aniversario del atentado yihadista de Barcelona y Cambrils, para citar un caso tan actual, que la teoría conspirativa, según la cual el CNI estuvo implicado con la finalidad de hacer descarrilar la intentona separatista, solo se encuentre en los márgenes del debate político, alimentada por las marrulleras insinuaciones del excomisario Villarejo. Nadie importante cuestiona la verdad judicial y quien entonces era jefe de los Mossos, Josep Lluís Trapero, ha negado cualquier indicio y enfatizado la cooperación absoluta que tuvo el CNI en la investigación.
El Periódico (17.08.2022)