Vivimos el estío más largo, caluroso y seco desde que se tienen registros. Y lo peor es que podría ser uno de los más frescos de las próximas décadas
Este no es un verano como cualquier otro, con sus días de canícula y aguaceros. Este verano, que en realidad empezó a principios de mayo con unas olas de calor intenso que se han ido sucediendo hasta hoy, pasará a la memoria colectiva como el verano del cambio climático. O por lo menos, como el verano en el que gran parte del planeta tomó plena conciencia de ello. En el futuro marcaremos este año como un punto de inflexión en la historia del Antropoceno. Este término lo popularizó el nobel de QuímicaPaul Crutzen para designar una nueva época geológica marcada por las repercusiones en el clima y en la biodiversidad de la acumulación de gases de efecto invernadero y del consumo excesivo de los recursos naturales por parte de la humanidad. La sequía que afecta este verano a los ríos y embalses en el hemisferio norte ha dejado al descubierto restos megalíticos, campamentos romanos, o barcos hundidos. En EEUU no han aparecido restos arqueológicos, pero sí una colección de cadáveres en un lago cerca de Las Vegas, cuyas muertes se atribuyen a la acción de la mafia de los años 70. Y mientras unos mundos olvidados o sumergidos regresan de forma espectral, el Antropoceno va a llevarse por delante la civilización tal como la conocemos.
Porque el cambio climático es más que una amenaza. Es un hecho. Solo que hasta ahora preferíamos refugiarnos en la idea de que las alteraciones serían graduales, que las iríamos escalando poco a poco con algún que otro pico. El Antropoceno no nace de repente, es una etapa de larga duración. Se inicia hace dos siglos con la máquina de vapor, se pone en marcha con la industrialización a mediados del XIX, y experimenta un incremento exponencial con el ‘boom’ demográfico, el consumo de energía y la erosión de la biodiversidad en todo el mundo a partir de los años 50. Confundimos esa gran aceleración con el progreso, cuando el modelo era insostenible. Adentrarnos ahora en el Antropoceno supone enfrentarnos a momentos de dramática ruptura. Vivimos uno de ellos, con el verano más largo, caluroso y seco desde que se tienen registros. Y lo peor es que podría ser uno de los más frescos de las próximas décadas.
Hasta ahora los gobiernos hablaban de “mitigar” los efectos del cambio climático, como de algo que a la postre resultaría leve, tal vez para no alarmarnos, cuando el escenario más probable produce escalofríos. En muchas partes del planeta, las poblaciones tendrán que emigrar para sobrevivir a sus consecuencias. En Occidente, la crisis no será pasajera, como otras veces para después volver a lo mismo, sino que nos obligará a cambiar radicalmente nuestra forma de estar en el mundo. Por desgracia, nada de lo que podamos hacer cambiará el corto plazo, pero en nuestras manos todavía está evitar lo peor para nosotros y los que nos sucedan. El verano del 22 nos demuestra lo fundadas que estaban las alertas que desde la cumbre de Kioto (1990) habían lanzado la comunidad científica. Pero de poco sirve lamentarnos. Tampoco ser conscientes de la catástrofe que se avecina debe ser la excusa para el derrotismo o la inacción.
El Periódico (24.08.2022)