Lo que era la unidad de acción política se ha convertido en la justificación del poder y su reparto
Este 23 F ha sido especial, muy especial para mí. Era el primero, desde hace 44 años, que los medios no me han llamado, ni han solicitado mi colaboración con alguna entrevista o artículo. Y será por eso que lo olvidé, hasta que las noticias del mediodía me lo recordaron.
Estaba convencido de que no lo olvidaría nunca. La sensación de ir al baño con una metralleta en los riñones, entre el candidato a la presidencia del Gobierno y el líder del sindicato UGT, imprime carácter. Más que los sacramentos.
Viendo la situación actual, prefiero no olvidar nunca aquellos hechos, ni la respuesta de la sociedad de la época, ni la sensación de unidad democrática que se respiraba en aquellos tiempos. Con nuestras lógicas diferencias, pero sintiendo que teníamos para el país objetivos comunes. Y digo esto porque tengo una sensación de fracaso, de incomprensión, incluso de derrota, y no sólo personal, cuando echo la vista atrás. Algo hemos hecho mal. Todos.
Comparemos la foto de aquel día con la de Ramón Tamames, el diputado comunista que se echaba hacia atrás en su escaño para dejarme pasar, educado y sonriente, afable y saludador, convertido en un monigote histórico, presentando una moción de censura apoyado por los “Blas Piñar” de ahora. Como dice Spinoza “un afecto no puede ser reprimido sino por medio de otro de signo contrario y más fuerte”, y eso es lo que intuyo que le ha debido pasar a Tamames.
Tengo que reconocer que hace tiempo que no entiendo muchas cosas; debe ser que han cambiado las escalas de valores y yo no me he enterado. Y mucho han debido cambiar, porque si me hubieran dicho en mayo de 2021 que el cinturón industrial de Madrid apoyaría una opción política como la de la señora Ayuso, no me lo hubiera creído. Nadie se lo hubiera creído. Pero cuando escucho a gente de izquierdas y pretendidamente intelectual despachar el asunto con la manida frase de que “son más tontos que un obrero de derechas”, me irrito profundamente, ya que las explicaciones fáciles sólo son útiles si las da Guillermo de Ockam (lo que no es el caso).
En mi opinión, sí, hemos cambiado.
Pero en estos últimos 44 años se han producido tantos cambios y tan acelerados que parece otro mundo.
Por una parte, el neoliberalismo ha eliminado casi totalmente la idea de lucha de clases y por tanto el concepto de solidaridad y la posibilidad de rebeldía, sustituidos por el individualismo y el conformismo.
Por otra, antes, la unidad de acción era un valor importante para la izquierda, tal vez por hallarse en la oposición. En 1974 tuve el honor de participar en la C.O.S. (Coordinadora de Organizaciones Sindicales) representando a La U.G.T. y en la POD (plataforma de organizaciones democráticas), en la negociación de la CAUD representando al PSOE (candidatura de unión democrática) que barrió en las elecciones de 1977. La unidad de la izquierda era una necesidad y se anteponía a los legítimos intereses de partido y por supuesto, también a los personales (aunque hubo excepciones que no hicieron más que confirmar la regla). Mientras que, hoy en día, lo que era la unidad de acción política se ha convertido en la justificación del poder y su reparto. A las cinco cuestiones que según Lakoff dividen a los progresistas: Intereses locales, idealismo contra pragmatismo, cambio radical contra moderado, militancia más o menos radical, razonamientos distintos en socioeconomía y cultura, añadiría otra más y no menos importante: La respuesta a la pregunta ¿qué hay de lo mío?
Es la única explicación que me viene a la cabeza para justificar el absurdo número de listas de izquierda al ayuntamiento de Zaragoza. Un breve estudio de las últimas elecciones revela que, si hubiera habido lista conjunta, habría ganado la izquierda. Aquí también, entono el mea culpa
Estamos en vísperas de elecciones y ni para un optimista congénito, como yo, tienen buena pinta. Espero y deseo equivocarme.
Además de la realidad política, en Zaragoza las listas electorales de izquierda que vamos conociendo, no me motivan excesivamente.
Pero “el optimismo es una obligación moral “como dice Axel Honneth, . Por lo tanto, tengo muy claro que, en las próximas elecciones, iré como siempre a votar a la izquierda.
Habrá un gobierno que no permitirá a la sociedad olvidar el objetivo de hacer todo lo posible para que no se repita nunca más un 23 F Que sus discusiones no serán estériles y frustrantes, que las diferencias serán por motivos ideológicos y no por estrategia electoral. Si alguna ley se aprueba con algún error la corregirán sin demora, con explicaciones claras y sin sectarismos Cuando algún ministro o ministra, consejero o consejera y algún alto cargo demuestren con su gestión y declaraciones su incompetencia, serán sustituidos sin importar el partido al que pertenezcan. El PAR y Ciudadanos no desaparecerán, y por tanto sus votos no engrosarán los resultados de la derecha, y seguiremos con un gobierno de coalición, (¿ampliada?).
Incluso es posible que algún miembro del gobierno demuestre con su gestión que es mejor que los de antes. Creo que así cumpliré con mi obligación moral…
El Periódico (14.03.2023)