Por qué la izquierda española no puede admirar a Oskar Matute

Por qué la izquierda española no puede admirar a Oskar Matute

El secesionismo vasco, por muy de izquierdas que se reclame, pone por encima a la pretendida nación vasca que a cualquier criterio igualitario

Concluido el debate de portavoces en TVE el pasado 13 de julio, las redes sociales se llenaron de comentarios laudatorios hacia Oskar Matute, representante de EH Bildu. Muchos de ellos no llevaban la rúbrica de los simpatizantes de la izquierda abertzale, sino que provenían de votantes y militantes de la izquierda española, teóricamente ajenos al soberanismo vasco.

No es testimonial la fascinación de determinados sectores presuntamente progresistas, los mismos que sienten una alergia sectaria y congénita a vindicar un proyecto nacional propio, por agendas de corte nacional-fragmentario.

Algunos de los piropos celebraban las formas de Matute a la hora de enfrentar a la extrema derecha. Otros ponían en valor sus profundas convicciones sociales. E, incluso, se le felicitaba por su presencia en la vigilia de Ermua, en el asesinato de Miguel Ángel Blanco, recordado que nunca ha justificado el terrorismo.

Este último punto requiere una aclaración previa: Oskar Matute no proviene del mundo de Herri Batasuna, sino de la Ezker Batua de Madrazo, esa misma que cultivó durante tanto tiempo una oscura posición de equidistancias que le llevó al Pacto de Estella.

Luego, Matute entendió que su lugar en la política sí estaba en HB, puesto que ese es el espacio que ocupa la coalición EH Bildu -en la que Alternatiba y EA sólo son fuerzas periféricas–, conformando el núcleo central de la misma aquellos que hasta hace muy poco oficiaban como servicios auxiliares del terrorismo.

No se entiende bien cuál es el mérito de Matute, hoy cerrando filas con los chicos de Arnaldo Otegi. El personaje siniestro que cuando ETA asesinó a López de Lacalle, por ejemplo, justificó el crimen por «las complicidades de los medios de comunicación con la política represiva del Estado». O con compañeros con crímenes de sangre sobre las espaldas, alejados de cualquier rectificación moral sobre el terror ni política sobre el proyecto etnicista que los llevó a matar. Especializados en dar ongi etorris a carniceros varios para el mayor escarnio de las víctimas de ETA, mientras ofrecen un revelador silencio ahora que cierra sus puertas Lagun, librería que resistió con coraje cívico ejemplar a la dictadura franquista y al totalitarismo etarra.

Bien pensado, ¿qué iba a decir el partido de Matute, en el que militan tantos fanáticos de los que aplaudieron la pira de libros que los cachorros del terrorismo hicieron en la plaza de la Constitución de San Sebastián en 1996, antes de obligarles a mudar su sede?

El mito del nacionalismo de izquierdas lleva carcomiendo durante demasiado tiempo a la izquierda española. Ha hecho de la misma un rehén permanente de sus innumerables contradicciones. Es posible encontrar a votantes de izquierdas declarando, cada vez más en serio, que ojalá se pudiese optar por EH Bildu en Madrid o Sevilla. En Barcelona, al menos, tienen a ERC, con quienes concurren en coalición al Senado.

En la mistificación del relato, se silencian convenientemente algunos hechos incómodos, como aquel que retrata a la formación de Rufián en Cataluña, no sólo como rehén de las peores versiones del identitarismo excluyente, sino como un partido mainstream al uso. El mismo que a la hora de elegir a «los suyos» no le duelen prendas para hacerlo en el Ayuntamiento de Barcelona o en cualquier otro sitio con la derecha de Junts, con la que ha practicado sin inmutarse recortes y políticas agresivamente antisociales durante décadas. Antes la bandera nacional que el proyecto social.

La fascinación irracional no resiste el menor contraste con la realidad ni con las ideas y principios que guían a estas formaciones políticas. Vayamos por partes.

Más allá de consideraciones otra índole, EH Bildu es una formación que lleva su nacionalismo hasta el extremo de considerar que el pueblo vasco, al tener una identidad cultural diferenciada del resto de los españoles, debe decidir su secesión. Este proyecto de separación con base en una pretendida identidad cultural es directamente incompatible con cualquier noción internacionalista, socialista o igualitaria.

Primero, por sus fundamentos. ¿Acaso la presunta identidad cultural es un concepto compatible con la pluralidad de cualquier comunidad política democrática? ¿Quién determina la condición del pueblo vasco para decidir su separación del resto de una comunidad política democrática? La secesión se lleva mal con la democracia. Si no se predica de un contexto sujeto a opresión colonial (esquema que difícilmente podemos afirmar de una región rica y fiscalmente privilegiada como el País Vasco), más que un derecho parece un privilegio por cuanto se está privando de la decisión política a todos los que hasta hoy son titulares del espacio político.

Para una persona de izquierdas, todos los ciudadanos tenemos diferentes pertenencias o identidades, y desde luego no podemos aceptar algo similar a una identidad esencial que nos defina excluyentemente. El nacionalismo vasco, como perfectamente saben los líderes de EH Bildu y deberían saber sus admiradores en diferentes rincones de España, tiene fundamentos racistas y xenófobos desde sus orígenes. He ahí el ejemplo del fundador del PNV Sabino Arana. ¿Qué tiene todo eso de izquierdas?

Resulta en extremo paradójico que se atribuya a EH Bildu credenciales internacionalistas y un profundo compromiso social. Hoy el País Vasco goza de una fiscalidad abiertamente privilegiada a través del opaco cálculo del cupo y de un sistema de concierto económico vasco que la habilita y promociona, cuyo origen no tiene nada de democrático. Emana de una compensación pactada con las elites de la Restauración después de la Tercera Guerra Carlista. Esa situación tributaria difícilmente conjuga bien con la solidaridad que se predica.

Un ejemplo claro lo vemos en el Impuesto a las Grandes Fortunas, creado ad hoc por este gobierno por la curiosa razón de que la capacidad normativa del análogo Impuesto de Patrimonio se encuentra transferida a las comunidades autónomas. Esa competencia autonómica, como también ocurre con el Impuesto de Sucesiones y Donaciones, o con el propio tramo autonómico del IRPF, ha abocado a una clara competencia fiscal a la baja entre regiones. Política de genuina impronta neoliberal, que defiende la derecha.

He ahí de nuevo la contradicción palmaria. El secesionismo vasco, por muy de izquierdas que se reclame, pone por encima a la pretendida nación vasca que a cualquier criterio redistributivo. Ocurre con todos los nacionalismos, sea cual fuere su perímetro. Se ha visto en los enjuagues para la transferencia de las pensiones públicas al ámbito competencial vasco o en la defensa, por parte del propio Matute, de blindar un ámbito de decisión laboral vasco.

¿Acaso alguien puede permanecer ciego ante las claras contradicciones entre un retórico internacionalismo socialista y una propuesta programática que pone por encima la vindicación de la nueva frontera a la redistribución y la solidaridad?

En Italia, hoy que gobierna la extrema derecha, antes de practicarse un discurso xenófobo y racista contra los inmigrantes, se ensayó el mismo con los italianos del sur. «Roma nos roba» fue durante mucho tiempo el lema de la entonces Liga Norte, hoy la Liga, el partido racista de Salvini que gobierna con la igualmente xenófoba Meloni.

Matteo Salvini porta una estelada, y una camiseta en apoyo del independentismo vasco y catalán.

La Liga ha desarrollado un planteamiento político abiertamente reaccionario, y contestado por las izquierdas: la autonomía diferenciada. Muy sencillo de entender, como cualquier propuesta del populismo identitario. Se trataba de una conjunción entre racismo supremacista e insolidaridad fiscal. Consistía en invocar una presunta identidad cultural superior frente al sur para romper la igualdad ciudadana y, claramente, bloquear la redistribución de la riqueza dentro de la comunidad política.

La izquierda italiana tiene una visión cristalina contra la autonomía diferenciada de la Liga, ahora asumida por Meloni. Considera que estamos, de nuevo, ante el debilitamiento del Estado como instrumento de igualdad y reequilibrio, ante una verdadera propuesta de secesión de los ricos.

Sus homólogos españoles, por desgracia, prefieren admirar rendidamente a los que en España plantean un proyecto similar, el confederal y plurinacional. Incluso en versiones de descomposición y antiigualitarismo mucho más avanzadas, permitiendo que sendas regiones ricas del país dejen de compartir territorio político con las más pobres.

Nuestra Liga Norte cuenta con la extraña fascinación de una izquierda desnortada, para desgracia de la solidaridad y los derechos de todos. Especialmente, de los que menos tienen.

El Español (22.07.2023)