La alternativa a Pedro Sánchez pasa por la izquierda

La alternativa a Pedro Sánchez pasa por la izquierda

La precariedad, la liberalización, la uberización de las relaciones laborales y el abaratamiento del despido retratan hasta qué punto la izquierda ha sido arrinconada

Hay quien se empeña en obtener resultados distintos optando por las mismas recetas fracasadas. Por ejemplo, los hay que siguen sosteniendo que la única alternativa a los desmanes del nacionalismo y la estomagante complicidad que la izquierda reaccionaria muestra con una ideología tan tribal y antiigualitaria sería votar a la derecha para propiciar un cambio en el PSOE.

En las pasadas elecciones se vio el resultado de tan errada estrategia: reforzamiento del marco «sanchista» frente al «bloque reaccionario» de las derechas.

Ya no es una cuestión únicamente de torpeza táctica. Hay razones de principio. El nacionalismo es una ideología esencialmente conservadora que discute los derechos de ciudadanía y antepone a los mismos presuntas legitimidades predemocráticas de pueblos esenciales y místicos. Una ideología básica y sectaria, al alcance de las bajas pulsiones del ser humano, prima hermana del racismo y la xenofobia.

El nacionalismo jamás puede fundirse con una izquierda que mantenga el norte universalista y persiga la emancipación de las personas.

La estrategia de los críticos con el nacionalismo que se entregan a la derecha hace aguas por dos cuestiones de principio.

Cuando se apela a una derecha conservadora, con dejes tradicionalistas, aferrada a la vieja querencia nacionalcatólica, nos encontramos con formulaciones muy similares a las del nacionalismo fragmentario. Un efecto espejo que desgasta y resta credibilidad.

La primera versión sombría aparece en esa derecha nacional-identitaria que reproduce patrones muy similares a los que, también en nombre de la identidad cultural, buscan la implosión de España y su sustitución por pequeñas tribus culturalmente uniformes. Una y otra vez, el volk, la antítesis de una nación democrática, en la que la pluralidad cultural no enturbie la unidad de decisión y de redistribución, ni la igualdad ciudadana.

Por la derecha, el riesgo es volver a toparse con la defensa del foralismo o de los derechos históricos, como ocurre con el PP en muchas partes de España, o con partidos como UPN. Son derechas que recogen la vieja tradición carlista y que, en nombre de la Historia, aceptan la estratificación de la ciudadanía con base en la aberrante noción de nacionalidades o derechos históricos, incompatible con la igualdad ciudadana.

Por el otro lado, aparece una derecha formalmente más moderna y republicana, que, sin embargo, como es tradición consolidada en las últimas décadas, se ha entregado con armas y bagajes al libertarianismo más individualista. Uno de los casos más extremos de esto último es el de Isabel Díaz Ayuso.

Cualquier persona de izquierdas hará bien en formular las siguientes preguntas.

¿Qué España es esa en la que la igualdad entre ciudadanos significa tan poco que admite una descentralización fiscal competitiva, el dumping fiscal interno y la consiguiente degradación de los servicios públicos?

¿Qué España es la que al tiempo que se defiende unida, entre himnos y banderas, se revela socialmente rota o quebrada al servicio de un neoliberalismo que degrada de forma abrupta las condiciones materiales de vida de tantos españoles?

Recientemente, el presidente de la Confederación de Hostelería de España ha salido a la palestra defendiendo lo que ha llamado «media jornada». Esto es, doce horas al día. El chascarrillo sin gracia sería una mera anécdota si no hubiéramos tenido en huelga a la Inspección de Trabajo pidiendo medios para combatir el fraude laboral y la explotación de muchos trabajadores, realidades que no escasean precisamente en España.

Lo sería si el mercado de trabajo no llevara décadas deteriorándose con condiciones salvajes que distan mucho de ser las propias de una sociedad democrática donde la dignidad de las personas se respete y los derechos fundamentales se garanticen.

Basta echar un vistazo a Grecia, víctima de las peores salvajadas sociales y de la peor pedagogía democrática de los últimos tiempos: se acaba de aprobar la jornada laboral que permite trabajar hasta 13 horas diarias, 78 horas semanales.

Cuando se filtran manifiestos propugnando alternativas políticas, conviene pensar con seriedad en los principios que uno defiende y también en la estrategia idónea para hacerlo. Si uno realmente quiere ocupar el espacio abandonado por una izquierda oficial que se ha entregado a las identidades y a la política de la exaltación de la diferencia, debe hacerlo con una mínima coherencia.

No se debería incidir en sendas transversales o en búsquedas de centros difusos. Si somos capaces de analizar con rigor la evolución de la política española en las últimas décadas, veremos que el identitarismo ha contaminado hasta el tuétano a los partidos de izquierdas, mucho menos preocupados hoy por lo común que por cualquier particularismo.

Pero, al tiempo que la izquierda de la diferencia, concepto extravagante por cuanto neutraliza todo lo que la izquierda históricamente fue, expandía sus tentáculos en el debate cultural, la hegemonía social y económica la marcaba la derecha. Hablar del centro es, una vez más, hablar de (la) nada.

Si uno compara el programa fiscal o económico de la UCD de 1978 con el de Ciudadanos en 2019 encontraría en el primero ideas no sólo rechazadas por su presunto heredero cuarenta años después, sino algunas propuestas que directamente son tachadas de socialcomunistas por los «centristas» de hoy.

El eje se ha desplazado a la derecha de forma clamorosa en todo lo respectivo a trabajo, fiscalidad, intervención económica de sectores estratégicos y algunas otras cuestiones clave. Apelar hoy a una equidistancia entre derecha e izquierda llama poderosamente la atención.

Abandonada la socialdemocracia clásica tras la penetración de la tercera vía socioliberal, como recordaba el exvicepresidente Alfonso Guerra en una reciente entrevista recordando el conflicto ideológico con los liberales del PSOE a finales de los años 80 (recuerden la ruptura de la UGT de Nicolás Redondo Urbieta con el PSOE de Felipe González) y primeros años 90, cuesta ver el sentido que tiene apelar al centro en materias sociales o económicas.

La precariedad, la liberalización de los mercados de trabajo, la uberización de las relaciones laborales, el abaratamiento del despido y un sinfín de rasgos que caracterizaron las reformas neoliberales de las últimas décadas retratan hasta qué punto la izquierda fue arrinconada y fueron aceptadas las políticas más ortodoxas, con el consiguiente retroceso del Estado social y el crecimiento disparatado de las desigualdades.

Una lectura a los análisis de economistas tan poco revolucionarios como Zucman, Sáez, Piketty o Stiglitz nos permite cotejar cómo las políticas del New Deal o del laborismo británico de los años 60 serían impensables en el presente.

Ya no sólo por el tablero desequilibrado y muy peligroso de una globalización financiera sin contrapeso político, sino especialmente por un marco ideológico perfectamente contaminado por impugnaciones constantes contra «papá Estado», estigmatizaciones burdas de cualquier política redistributiva, loas maniqueas a mercados presuntamente autorregulados e invocaciones a favor de un concepto paupérrimo de la libertad individual, absolutamente amnésico respecto al bien común.

A todos los que nos preocupa la izquierda identitaria, por cuanto consideramos que ha dinamitado las bases ideológicas fundamentales del universalismo y de la izquierda clásica, entregándose al nacionalismo identitario y al particularismo, abrazando los privilegios y olvidándose de la igualdad, nos conviene atinar en la estrategia y en la lectura de los espacios políticos generados.

Pero, sobre todo, nos conviene ser leales a nuestros principios, lo más sagrado en política. Entiendo las dificultades para hacer políticas socialistas si uno no lo es. Lo mejor que nos podría pasar a los socialistas hartos de la deriva identitaria de nuestra izquierda reaccionaria es que la alternativa a PSOE y Sumar fuera inequívocamente de izquierdas, no un precipitado de sintagmas vacíos y etiquetas de conveniencia.

El Español (30.09.2023)