Los superricos tienen un problema: el mundo quiere que paguen más impuestos
Lula, el presidente brasileño, ha reabierto el debate sobre los impuestos que deben pagar los superricos, aquellos con un patrimonio superior a los 1.000 millones de dólares. La discusión se abre paso a nivel académico y político.
La propuesta la ha llevado Lula da Silva, el presidente de Brasil, al G20, y lo que ha planteado es que los gobiernos se pongan de acuerdo a nivel global para que los superricos paguen más impuestos. Se trata, por el momento, de una idea sin muchos detalles técnicos (propone una tasa general del 2% sobre la riqueza), pero ya ha obtenido la callada por respuesta más allá de una declaración retórica. El G20 (al que España acude como país invitado) se ha acogido al célebre: es una buena idea y ‘la estudiaremos’, que es lo mismo que no decir nada.
Algo, sin embargo, ha conseguido Lula: rescatar el viejo debate sobre cómo deben tributar los megarricos. No es un asunto cualquiera. Ese 2% anual recaudaría entre 200.000 millones y 250.000 millones de dólares cada año, y deberían emplearse, según la propuesta, para combatir la pobreza y el cambio climático. Dinero hay. Un informe de Oxfam Intermón ha estimado que la riqueza conjunta de los cinco hombres más ricos del mundo se ha más que duplicado desde 2020, pasando de 405.000 millones de dólares a 869.00 millones. Muy al contrario, la riqueza acumulada del 60% más pobre (casi 5.000 millones de personas) ha disminuido.
El tributo que propone Lula, articulado a partir de un estudio elaborado por el Observatorio de la Fiscalidad Europea, que dirige el economista Gabriel Zuckman, lo pagarían unos 3.000 superricos, y se aplicaría, en la propuesta base que los gobiernos deberían negociar a partir de la realidad fiscal de cada país, a quienes acumulen una riqueza superior a los 1.000 millones de dólares. Ese 2% sería, por lo tanto, equivalente a 20 millones de dólares al año en el extremo inferior.
Lo que ha detectado el Observatorio —aquí el informe— es algo muy conocido. Las principales fortunas del planeta cuentan con innumerables instrumentos –siempre dentro de la ley— para pagar menos impuestos, desde luego más que las clases medias, que no cuentan ni con la ingeniería ni con los medios necesarios para amortiguar sus bases imponibles. Según sus cálculos, la tasa impositiva efectiva actual de los multimillonarios equivale a apenas el 0,3% de su riqueza, y lo que se plantea es recuperar el impuesto sobre el patrimonio(desaparecido en la mayoría de los países) o reformar los impuestos sobre la renta para capturar la riqueza que hoy se escapara a los sistemas tributarios.
Orgullosos de pagar más impuestos’
Aunque suene extraño, no es un debate sólo de pobres o de clases medias contra ricos. Algunos de los superricos se han aliado en torno a la campaña «Proud to pay more» (Orgullosos de pagar más). En la lista -aquí- no hay ningún español. La campaña la presentaron a comienzos de este año en Davos, el gotha del capitalismo internacional, y lo que pretende es que los ricos paguen más impuestos. Entre los firmantes del manifiesto hay apellidos muy rimbombantes: Valerie Rockefeller, Abigail Disney o la austríaca Marlene Engelhorn, cuya familia fundó la farmacéutica alemana BASF, y que heredó 4.000 millones de euros (ella se ha quedado con 27 millones y el resto lo quiere destinar a actividades benéficas). A su proyecto, denominado ‘Tax me now’, ya se han unido unos 250 multimillonarios.
También la Administración saliente de Biden incluyó en los presupuestos de 2023 una propuesta, denominada Impuesto sobre la Renta Mínima de los Multimillonarios, que busca establecer un tipo impositivo mínimo del 20%sobre los ingresos anuales superiores a 100 millones de dólares.
Un estudio de la Casa Blanca realizado sobre 400 hogares multimillonarios reveló que el tipo medio sobre sus ingresos se situó en el 8,2% entre 2010 y 2018. Es decir, muy por debajo del tipo aplicado a la inmensa mayoría de trabajadores. El impuesto pretendía recaudar unos 360.000 millones de dólares en diez años. ‘Pretendía’, porque Donald Trump ha prometido una reforma fiscal que no quiere saber nada de una tributación específica para los megarricos. Uno de sus principales asesores es, precisamente, Elon Musk, el hombre (o mujer) más rico del mundo, que acumula un patrimonio, valorado por Forbes, equivalente a unos 243.700 millones de euros, alrededor de la sexta parte del PIB de España.
La escasa relevancia de la imposición patrimonial es general y no sólo afecta a los países más avanzados que protegen a sus ricos para que no deslocalicen sus fortunas. En el caso de España, representa un 4,5% respecto del conjunto de la recaudación o un 7,4% si se tienen en cuenta todas las partidas, y se puede achacar a las deducciones, las exenciones y, por último, a la cuantía de los tipos impositivos, lo que limita, como sostenía un reciente trabajo publicado por el Instituto de Estudios Fiscales (IEF) su capacidad redistributiva. En concreto, según el trabajo de Nuria Badenes Plá, el 1% más rico en términos de patrimonio paga un tipo medio efectivo en el impuesto sobre el patrimonio equivalente al 0,03%, es decir, una tasa similar al 20% con menos patrimonio, mientras que la media para el total de declarantes es del 0,26%. Es decir, los superricos tributan por debajo de lo que lo hacen los ricos.
Aunque parezca mentira, dado el poder económico de EEUU, la propuesta de Biden choca contra una realidad. Cualquier iniciativa nacional para gravar la riqueza, en plena libertad en el movimiento de capitales, puede ser saboteada fácilmente deslocalizando el patrimonio, y de ahí que la fórmula de Lula pase por imponer un tributo global, como se ha impuesto a las empresas multinacionales en Sociedades, en este caso, un tipo mínimo del 15%.
Riqueza y tecnología
El momento, en términos históricos, es el más apropiado. No en vano, en las últimas décadas, desde los años 80, la desigualdad ha crecido, mientras que, por el contrario, en justa coherencia, el número de superricos se ha disparado. Entre otras razones, al margen de la fiscalidad, por los avances tecnológicos, que históricamente han sido una de las causas del ensanchamiento de la desigualdad. Así lo explica, por ejemplo, Daniel Waldenström, en un reciente estudio publicado por CEPR, una plataforma que sube artículos académicos.
Lo que sostiene Waldenström, frente a otras teorías más extendidas en la literatura económica, es que la desigualdad de la riqueza, desde luego en Europa, ha disminuido durante el último siglo y hoy es mucho menor que a principios del siglo XX [ver gráfico]. Hace algo más de cien años, el 1% más rico poseía más de la mitad de toda la riqueza privada, pero a partir de 1910 la desigualdad de la riqueza comenzó a disminuir y así continuó hasta la década de 1970, cuando la proporción de riqueza de los más más acaudalados se situó en el 20%. Esta es la “gran igualación de la riqueza”, como la llama el autor del estudio.
En su opinión, incluso después de 1980, la concentración de la riqueza europea se ha mantenido en niveles históricamente bajos y hasta hoy no ha mostrado ningún cambio de tendencia. Ahora bien, la experiencia de EEUU es muy diferente. Su percentil más rico ha aumentado su participación en la riqueza hasta situarse hoy entre el 35% y el 40%, mucho más alto que en Europa, pero todavía algo más bajo que los niveles de preguerra.
La tesis principal de la investigación académica se basa en una idea. Los recientes aumentos de la concentración de la riqueza observados en EEUU no se han producido a expensas de la clase media, y aquí está la novedad del estudio de Waldenström. Según sus datos, en el promedio de los países occidentales, los más ricos, las mayores tenencias de riqueza crecieron desde 1980 a un ritmo del 4,3% anual, pero el resto de la población también experimentó un crecimiento de la riqueza del 3,1% anual, un nivel históricamente alto. Es decir, se ha ensanchado la desigualdad, pero no de una forma tan drástica como sostiene la gran mayoría de los estudios. O expresado de otra forma, durante el siglo XX, la propiedad de activos aumentó tanto en la parte alta como en la base de la distribución.
Lo explica por una razón. Las clases medias han accedido a la propiedad en el último siglo, principalmente a bienes de naturaleza inmobiliaria, pero también se han beneficiado de la generalización de los planes de pensiones, lo que también influye en su patrimonio gracias a la revalorización de los mercados bursátiles.
Redistribución de la riqueza
La conclusión que saca es que sus hallazgos ofrecen una nueva y matizada narrativa de la formación de capital y la distribución de la riqueza en las economías capitalistas modernas. De esta manera, se pone en tela de juicio la visión que atribuye el proceso de igualación ocurrido en el siglo XX a la política fiscal redistributiva y a la existencia de dos guerras mundiales que pudieron aplanar las diferencias. Y pone como ejemplo países que no participaron directamente en ambos conflictos, como Suecia y España, cuyo patrón de riqueza siguió tendencias similares a las de los países que sí estuvieron en guerra. Reconoce que la tributación del capital, en efecto, pudo restringir el espíritu emprendedor y la acumulación de grandes fortunas, pero los mayores aumentos históricos de la carga impositiva recayeron sobre los salarios de los trabajadores, más que sobre el capital.
A partir de estas consideraciones, llega a la conclusión de que tanto los impuestos sobre las rentas del capital (la tributación del ahorro en la jerga fiscal) como los beneficios de las empresas y sus dividendos, son más eficaces tanto en la redistribución como en la generación de ingresos. Es decir, pide a los gobiernos que actúen sobre el flujo de renta y no sobre el stock (la riqueza).
En su opinión, los impuestos sobre la riqueza, e incluso los impuestos sobre las herencias, siempre han causado problemas, ya que drenan los recursos libres de los empresarios, son difíciles de recaudar y generan pocos ingresos, por lo que la mayoría de los países ya no utilizan estos impuestos sobre el capital. Sin contar la capacidad de influencia de la que disponen los superricos sobre los políticos y los medios de comunicación, lo que hace que la opinión pública no afronte una cuestión central en el debate fiscal. La solución que encuentra es promover la propiedad de la vivienda y el ahorro a largo plazo como el instrumento más útil para crear riqueza y fomentar la igualdad económica.
La propuesta la ha llevado Lula da Silva, el presidente de Brasil, al G20, y lo que ha planteado es que los gobiernos se pongan de acuerdo a nivel global para que los superricos paguen más impuestos. Se trata, por el momento, de una idea sin muchos detalles técnicos (propone una tasa general del 2% sobre la riqueza), pero ya ha obtenido la callada por respuesta más allá de una declaración retórica. El G20 (al que España acude como país invitado) se ha acogido al célebre: es una buena idea y ‘la estudiaremos’, que es lo mismo que no decir nada.
El Confidencial (21.11.2024)