Soluciones húngaras para problemas españoles
El problema no son los que nos distraen, sino otro, que nadie nombra. El nacionalismo.
Además de por el goulash, Hungría es conocida por sus genios, matemáticos y civiles. El más afamado, extrañamente relegado en la nómina de los científicos protagonistas en la película Oppenheimer, fue John von Neumann, quizá el espécimen más inteligente que ha producido nuestra especie. Y no era el único. Rumano, pero de origen húngaro, casi tan listo como el creador de la teoría de juegos, y también con importantes aportaciones en distintas áreas de la matemática -algo menos común de lo que se cree- con implicaciones prácticas y empíricas, Abraham Wald contribuyó a salvar la vida de muchos aviadores mediante una luminosa interpretación estadística. Les cuento.
Pese a los constantes esfuerzos por reforzar las zonas del fuselaje dañadas por el fuego enemigo, el número de aviones derribados no disminuía. Wald, analizando esos datos, llegó a una conclusión radicalmente distinta: las zonas reforzadas eran precisamente aquellas que no representaban un peligro crítico. Los aviones que volvían a la base ya habían demostrado su capacidad de volar a pesar de los daños en esas áreas. El verdadero problema radicaba en las zonas que no se veían en los aviones que regresaban: aquellas donde los impactos habían sido fatales. Todo lo demás, trabajos estériles que solo conducían a la neurastenia. Sencillamente: el foco estaba mal orientado. La enseñanza general de Wald es que, para identificar los problemas, había que mirar donde los otros creían encontrar soluciones.
Cuando escucho las tribulaciones de nuestros políticos sobre los «conflictos territoriales», fantaseo acerca de qué habrían dicho aquellos genios en el caso de haber formado parte de esos comités de expertos que prestan sus nombres para decorar decisiones adoptadas antes de convocarlos. No tengo ninguna duda de lo que habría concluido von Neumann enfrentado a un juego en el que a uno de los participantes le basta con amenazar para obtener algo a cambio: «El resultado final será la victoria de ese participante…salvo si se modifican las retribuciones, si se contempla la posibilidad de que también el amenazante pueda perder; un 155 de verdad, por resumir». Wald, por su parte, después de recomendar el cierre de mesas de negociación y chiringuitos empeñados en actividades tan estériles como melancólicas, habría reajustado el foco: el problema no son los que nos distraen, sino otro, que nadie nombra. El nacionalismo.
Mis fantasías, confieso, duran muy poco. Terminan abruptamente cuando examino la composición de los comités de expertos.
El Mundo (11.02.2025)