Izquierda Española y las críticas desapercibidas (pero reveladoras)
Los complejos de la izquierda oficial, pagafantas de los excesos de un sistema económico alejado del bien común, la convierten en un extraño para sus votantes
Una de las reacciones generalizadas entre la izquierda oficial ante el surgimiento de Izquierda Española ha sido la de optar por la descalificación facilona. Visto el perfil de algunos de sus autores, no esperábamos mayor sutileza. Si acaso, un poco menos de pereza intelectual.
El señor Óscar Puente despachó el particular llamando tránsfugas a un partido recién nacido, muchas de cuyas caras visibles no han ocupado jamás un cargo público. No defrauda el ministro.
Sería incluso gracioso, si no tuviera prioridades sociales sin abordar su Ministerio. La privatización del transporte de mercancías, los estragos visibles de la liberalización y el más que posible troceamiento de Rodalies por exigencia de sus socios nacionalistas y reaccionarios.
Los propios sindicatos han advertido del desastre que se avecina si se cumple la transferencia. Peor servicio público, atomización de la fuerza de negociación de los trabajadores, nuevos recortes en las ya maltrechas condiciones materiales de los trabajadores. ¿Acaso son estas las políticas que puede ofrecer un gobierno socialista?
Íñigo Errejón, por su parte, imputó nacionalismo a nuestra formación política.
Los mismos que, en su estrategia populista, han socavado la izquierda y manoseado hasta el extremo la patria, como significante vacío y repleto de significados contradictorios, al tiempo que, paradójicamente, se acomplejaban al formular el nombre de su partido, Más País (ahora disuelto en Sumar), evitando la palabra España, son incapaces de diferenciar lo más básico.
Es decir, el concepto de nación política, ligado al de soberanía y espacio público compartido por ciudadanos con iguales derechos, del de nación cultural o étnica con el que fantasean sus aliados íntimos de la identidad excluyente. Los supremacistas de «los baches en el ADN, las bestias taradas o los peligros de la inmigración andaluza» que quieren levantar nuevas fronteras para no redistribuir con sus conciudadanos más desfavorecidos.
Según la izquierda oficial, convertida en una mezcla extraña entre peronismo e identitarismo tribal, defender una comunidad política de ciudadanos igualmente libres, con los mismos derechos, deberes y oportunidades, sin privilegios de ningún tipo, resulta intolerable y facha.
Ahora bien, hacer suya la causa de presuntas naciones étnicas e identitariamente puras y monolíticas, cuyo origen histórico es remoto y mítico, con vocación de eternidad, convirtiendo esa defensa en una suerte de esencialismo ridículo y joseantoniano, eso sí constituye para ellos el progresismo fetén.
Errejón, preocupado por la secesión de los ricos en Bolivia y en la Comunidad de Madrid (con toda la razón del mundo), defiende la misma secesión de los ricos si esta se escribe con la letra de «los derechos históricos de los territorios forales» o de un «pacto fiscal para Cataluña».
Un país donde unos tengan más derechos que otros es la propuesta política del portavoz parlamentario Sumar, frente a la que se erige indudablemente el compromiso igualitario de Izquierda Española.
La izquierda oficial ha respondido con estruendo a la aparición de una formación política que dicen hace el juego a la derecha. Si así fuera e Izquierda Española viniese a ocupar espacios conservadores o liberales, lo habrían celebrado y promocionado. Su reacción demuestra exactamente lo contrario.
Quizás la mejor explicación al respecto la ofreció Juan Ramón Rallo, que afirmó preferir a Sumar y al PSOE, esto es, a la «incoherente izquierda confederal», en vez de a esta coherente Izquierda Española.
Y su toma de posición, claramente crítica desde las coordenadas del fundamentalismo de mercado, no puede ser más honesta y reveladora. Si algo desea el capital financiero y en general la derecha económica es el debilitamiento de la soberanía popular.
Por eso mismo, son refractarios a cualquier debate sobre la modificación de los tratados de la UE hacia una verdadera integración fiscal y presupuestaria. Por eso, los economistas neoliberales han sido siempre totalmente refractarios a la armonización fiscal europea y han defendido una unión monetaria y de libre circulación de capitales, sin verdadera integración política.
¿Acaso al fundamentalismo de mercado le interesa un espacio político soberano fuerte que ponga reglas frente a la desregulación financiera, el dumping laboral, productivo y medioambiental, la competencia fiscal o el secreto bancario?
Cuando algunos esforzados representantes de la opinión sincronizada hablan de «izquierda pagafantas», deberían arreglar su detector de reaccionarios y mirarse al espejo.
Si hay alguna izquierda empeñada en malbaratar las políticas sociales es la que se ha entregado con armas y bagajes al más furibundo identitarismo y trata de gobernar un país con los nacionalismos reaccionarios, herederos del carlismo y el Antiguo Régimen. La que conduce a España por la pendiente irresponsable del confederalismo, verdadero precipicio para el principio de igualdad.
Sobran los ejemplos. De la misma forma que la izquierda institucional se afanó con razón en defender la negociación colectiva de sector frente a la de empresa, extremo que compartimos y queremos hacer extensivo a todas las materias (no sólo en el ámbito salarial), en Izquierda Española nos preocupa igualmente que la izquierda oficial esté dispuesta a fracturar la negociación colectiva estatal en favor de la autonómica.
Los trileros más avezados suelen decir que no pasa nada si el convenio autonómico mejora las condiciones del estatal. Claro, como tampoco pasaba nada si las condiciones del convenio de empresa eran mejores que las de sector.
El problema es que quien propone la fractura cantonal de la negociación colectiva quiere que el precio de las condiciones de unos recaiga sobre los otros porque su cosmovisión excluye la preocupación por un despido o por un salario de miseria en Cádiz o en Miranda de Ebro. Más allá de la frontera étnica, ningún interés en los derechos sociales.
El ejemplo fiscal no deja ningún espacio para la duda. Lo han explicado hasta la saciedad economistas tan prestigiosos como Gabriel Zucman. Un sistema fiscal descentralizado aboca a la competencia a la baja entre las unidades descentralizadas que conforman un Estado. Y en España esto ocurre como en pocos lugares en todo el mundo.
Más incluso que en Estados federales como Estados Unidos y Alemania, donde resulta inimaginable la bochornosa competencia entre autonomías a la baja ya no sólo en materia de Impuesto de Sucesiones y Donaciones e Impuesto de Patrimonio, sino directamente en IRPF.
No puede extrañar que nuestros sistemas fiscales se hayan hecho más regresivos en las últimas décadas. No sólo por el influjo del neoliberalismo, sino también por un diseño competencial que lo favorece.
¿Y qué dice la izquierda oficial al respecto? Exactamente lo que economistas como Rallo desean. Que España es así, un país con tanta plurinacionalidad que está, al parecer, abocado a una organización territorial del Estado contraria a la igualdad, a la solidaridad y a la redistribución.
Cuando Isabel Díaz Ayuso defiende el blindaje de la autonomía fiscal para Madrid lo hace a sabiendas y con pleno conocimiento de causa. Cuanto más confederal sea el Estado, en verdad, mejor para la economía financiera, para atraer capital internacional, para las grandes multinacionales, patrimonios y fortunas.
Lo explicó con franqueza Daniel Lacalle. El cupo no es el problema, es la solución para la financiación autonómica. ¿O acaso no se han enterado Errejón y compañía de que la propuesta de pacto fiscal para Cataluña y de desmembración de la hacienda común lleva la rúbrica desde hace décadas de los elementos más conservadores y neoliberales del nacionalismo catalán?
Los complejos de la izquierda oficial, verdadera pagafantas de los excesos de un sistema económico alejado del bien común y de una ciudadanía de verdaderos libres e iguales, la convierten en un extraño para cientos de miles de sus potenciales votantes.
Hay muchos huérfanos de la izquierda cansados de regalarle España a la derecha y, de paso, subcontratar el proyecto político de la derecha secesionista y xenófoba.
Izquierda Española nace sin complejos para defender siempre el principio de igualdad entre españoles. Es nuestra razón de ser.
El Español (6.02.2024)