Archivo del Autor: Félix Ovejero

Edificar la arena

Edificar la arena

Un axioma de la buena democracia es que no todas las opiniones valen lo mismo. Sin embargo, en virtud de ciertas posiciones de poder, se violenta el principio de que la voz de todos debe ser igualmente atendida.

Varias noticias en lo que va de año sobre los ecosistemas de formación de la opinión pública: la posibilidad de que el Gobierno, publicidad institucional de Telefónica mediante, castigue a los medios críticos; los peligros derivados de la «vicepresidencia en la sombra» en EEUU de Elon Musk; Bezos dando instrucciones editoriales al Washington Post; la cautela con la que medios críticos con el nacionalismo recibieron el cambio de sede de la Caixa, una decisión obviamente política. Y, claro, la triste historia reciente de Prisa. Y un aspecto compartido que afecta a la calidad de la democracia: el poder económico contamina el terreno sobre el que se levanta el debate público. Antes de entrar en ello, recordaré algunas ideas básicas acerca de la relación entre igualdad y democracia.

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La explicación más sencilla: el racismo catalán

La explicación más sencilla: el racismo catalán

Aliança Catalana ha convertido en programa lo que los nacionalistas sénior han practicado sin tregua en sus políticas, limitándose a recordar el hilo conceptual que une nacionalismo catalán y racismo

Me sorprende que todavía sorprendan los singulares acuerdos de inmigración «con Cataluña». El último trato diferencial, bien preciso en sus números, es el reparto de menores inmigrantes: 806 para Madrid, 795 para Andalucía, 186 para Aragón, 150 para Asturias, 59 para Baleares, 171 para Cantabria, 310 para Castilla y León, 291 para Castilla-La Mancha, 478 para la Comunidad Valenciana, 168 para Extremadura, 325 para Galicia, 34 para Melilla, 189 para Murcia, 164 para Navarra, 88 para País Vasco, 157 para La Rioja… y 27 para Cataluña. La identidad propia no debe contaminarse.

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Trump: el desolador fin de la hipocresía

Trump: el desolador fin de la hipocresía

Se extingue un mundo hipócrita en el que se ejercía el poder de las armas, pero no se invocaba. Una mala noticia, porque la hipocresía es una conquista civilizatoria y proporcionaba un lugar a la esperanza.

Primer capítulo: 1978, con nuestra democracia trastabillando, el MPAIAC, un movimiento independentista canario entregado a prácticas terroristas, operaba desde Argelia liderado por Antonio Cubillo. Cito a Otero Novas, ministro de Adolfo Suárez, en sus memorias: «Un día (Suárez) me cuenta que acaban de verle los servicios de inteligencia y le dicen haber descubierto que era algo fomentado y apoyado por los servicios secretos estadounidenses, que promoverían la independencia de Canarias si España no entraba en la OTAN (…). Le dije que (…) si los nuestros habían creído descubrir esa información, era porque los propios servicios norteamericanos se habrían encargado de facilitársela, haciéndosela ‘encontrar’, sin aparecer los americanos como emisores, para que al Gobierno español llegara un mensaje cuyo contenido, inteligentemente interpretado, fuera el siguiente: controlamos al MPAIAC y, si no entráis en la OTAN(…), promoveremos la independencia de las islas (…). (Suárez) delante de mí le dijo (a Marcelino Oreja, ministro de Exteriores): ‘Convoca hoy una rueda de prensa y como cosa tuya, de ministro, no en nombre del Gobierno, di que con el tiempo España va a entrar en la OTAN’. Marcelino –que era netamente favorable a la OTAN– así lo hizo en la tarde de aquel mismo día. Pocos días después (…) recibo en mi casa una llamada oficial del embajador de España en Argel que me da cuenta de que, en las calles de Argel, alguien había acuchillado a Cubillo (…); cuatro días más tarde el Gobierno argelino clausura las emisiones de Radio Canarias Libre y se acaba el MPAIAC».

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Soluciones húngaras para problemas españoles

Soluciones húngaras para problemas españoles

El problema no son los que nos distraen, sino otro, que nadie nombra. El nacionalismo.

Además de por el goulash, Hungría es conocida por sus genios, matemáticos y civiles. El más afamado, extrañamente relegado en la nómina de los científicos protagonistas en la película Oppenheimer, fue John von Neumann, quizá el espécimen más inteligente que ha producido nuestra especie. Y no era el único. Rumano, pero de origen húngaro, casi tan listo como el creador de la teoría de juegos, y también con importantes aportaciones en distintas áreas de la matemática -algo menos común de lo que se cree- con implicaciones prácticas y empíricas, Abraham Wald contribuyó a salvar la vida de muchos aviadores mediante una luminosa interpretación estadística. Les cuento.

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La democracia liberal como democracia liberal

La democracia liberal como democracia liberal

El sintagma democracia iliberal se aplica a quien convenga en cada ocasión, estirando sus costuras hasta resultar irreconocible. Nadie precisa las condiciones necesarias y suficientes para acogerse a esa rúbrica.

De vez en cuando un concepto académico pasa de las musas al teatro. Por lo general, para mal. Cuando salta a los agrestes terrenos de la trifulca desaparece su modesta precisión, o toda la precisión que cabe esperar en las llamadas ciencias sociales, que, para qué engañarnos, tampoco son la geometría. En su nuevo uso, convertido en arma del arsenal arrojadizo o laudatorio del género mediático, el sintagma, que lo mismo sirve para un roto que para un descosido, se aplicará a quien convenga en cada ocasión, estirando sus costuras hasta resultar irreconocible. Naturalmente, nadie precisa las condiciones necesarias y suficientes para acogerse a esa rúbrica. Lo único que tienen en común los miembros de ese club es que le caen mal o bien al usuario de la voz. Si me permiten la pedantería, con el léxico de la semántica de los mundos posibles: no hay pulcra intensión sino desnuda intención.

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Cuando pude ser corresponsal en África

Cuando pude ser corresponsal en África

Pasó el tiempo en el que los corresponsales gozaron del insuperable privilegio de la información asimétrica. Nos contaban lo que querían y nadie podía tasar sus informaciones.

Cuando paso por Madrid, los amigos me preguntan por «la situación en Cataluña». Yo, por asegurarme un instante de gloria, ahueco la voz y repentizo cualquier ocurrencia. No sé qué les hace pensar que tengo más información que ellos, sobre todo porque saben que, en mi ciudad, carezco de vida social. A lo sumo, si lo que importa es «el contacto directo con la realidad», podría hablar de mi comunidad de vecinos.

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