Un axioma de la buena democracia es que no todas las opiniones valen lo mismo. Sin embargo, en virtud de ciertas posiciones de poder, se violenta el principio de que la voz de todos debe ser igualmente atendida.
Varias noticias en lo que va de año sobre los ecosistemas de formación de la opinión pública: la posibilidad de que el Gobierno, publicidad institucional de Telefónica mediante, castigue a los medios críticos; los peligros derivados de la «vicepresidencia en la sombra» en EEUU de Elon Musk; Bezos dando instrucciones editoriales al Washington Post; la cautela con la que medios críticos con el nacionalismo recibieron el cambio de sede de la Caixa, una decisión obviamente política. Y, claro, la triste historia reciente de Prisa. Y un aspecto compartido que afecta a la calidad de la democracia: el poder económico contamina el terreno sobre el que se levanta el debate público. Antes de entrar en ello, recordaré algunas ideas básicas acerca de la relación entre igualdad y democracia.