Perplejos ante el final del espectáculo
No hay solución posible a nuestros problemas democráticos mientras no se discuta al nacionalismo y su tramposo relato del conflicto. No se puede contentar a quien no quiere ser contentado.
En El arte de amargarse la vida, un clásico librito de psicología relevante y divertido, combinación improbable en ese género, Paul Watzlawick, ilustrando la teoría del doble vínculo, abordaba esas situaciones que, en virtud del marco en el que están instaladas, no conceden salida buena. Cualquier «solución» agrava el problema. Sucede, por un suponer, si nuestra pareja nos pide que le digamos: «Te quiero». Si respondemos a su requerimiento, nos reprochará que se lo decimos porque nos los ha pedido, y si no, pues confirmaríamos su temor. En fin, que no hay manera. El lío, en realidad, radica en dar por bueno el viciado guion que contempla como aceptable una demanda que, por su naturaleza, no puede ser satisfecha. Para salir de tales encanallamientos vitales debemos romper los falsos dilemas, desmontar el relato.